Novena Virgen del Carmen

sábado, 30 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 30 de noviembre 2019



Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol


Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, Le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, Le siguieron.


«Os haré pescadores de hombres»

Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL 
(Roma, Italia)

Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

De virtudes



De virtudes


P. Antonio Márquez Fernández, S.D.B.



De virtudes eterna primavera,
eres de Dios el lirio amanecido
y en tu seno pusiste el tibio nido
que enalteció nuestra humanal ribera.

¡Tu almo seno, vivaz enredadera
cosida al que su Madre Te ha elegido!
¡Tan sólo para Dios era el latido
del corazón, de hervores sementera!

¡Oh, María! ¡Oh, flor de la hermosura,
crea en mi entraña el pertinaz hastío
del sucio barro y llueve en la clausura

de mis huertos el celestial rocío!
¡Tu aliento de mi bosque en la espesura
entre y lo riegue de tu gracia el río!

LECTURA BREVE Ef 2,13-16


LECTURA BREVE Ef 2,13-16

Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear en él un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte en él al odio.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 29 de noviembre 2019



Día litúrgico: Viernes XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».


«Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca»

Diácono D. Evaldo PINA FILHO 
(Brasilia, Brasil)

Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar". 

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI). 

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.

Dale calor al Niño


 Dale calor al Niño


Fray Ángel Martín Fernández



¡Dale calor al Niño.
Dale calor.

Bendita tú, María,
entre todas. Bendita,
porque nadie ha tenido, mi Señora,
tan adentro de sí
a Dios. Nadie ha latido
tan cerca como tú
del corazón de Cristo.
Dale calor al Niño.
Dale calor.

Qué paz la tuya, llena
de Dios, qué innumerable gozo
al saber que Dios mismo
se envolvía en los lienzos de tu carne.
Dale calor al Niño.
Dale calor.

Haz de nosotros,
haz lo que yo querría
hacer en tu lugar.
Que no le falte nunca nuestro arrimo,
que no le falte nuestro amor, Señora.
Tú sabes que él se adelantó a nosotros
para amarnos primero.
Dale calor al Niño.
Dale calor.

LECTURA BREVE Rm 14, 17-19


LECTURA BREVE Rm 14, 17-19

El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 28 de noviembre 2019



Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».

«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»

Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet 
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

Da remedio a nuestros males



Da remedio a nuestros males

 Juan del Enzina


Tú, que reinas con el Rey
d'aquel reino celestial,
tú, lumbre de nuestra ley,
luz del linaje humanal;
pues para quitar el mal
tanto vales,
da remedio a nuestros males.
Tú, que por gran humildad
fuiste tan alto ensalzada,
que a par de la Trinidad
tú sola estás asentada;
y pues tú, Reina sagrada
tanto vales,
da remedio a nuestros males.



LECTURA BREVE Rm 8, 35. 37



LECTURA BREVE Rm 8, 35. 37

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 27 de Noviembre 2019



Día litúrgico: Miércoles XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella 
(Madrid, España)

Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana. 

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

Iconografía del dolor de la Virgen



Iconografía del dolor de la Virgen

Padre Tomás Rodríguez Carbajo  



Una manera de comunicar las experiencias vividas es a través de las representaciones plásticas, así se explica que sean muy variadas las imágenes de María.
Una experiencia humana común a todos es la del dolor, que tiene causas y tonalidades distintas.
Al contemplar a los Santos o a la Virgen queremos verlos tan cercanos a nosotros que contemplamos en ellos todas las experiencias por las que nosotros pasamos y también ellos.
La realidad del dolor es innegable en el ser humano y de él no se libró María a la que llamamos con algunos nombres con los que queremos expresar el dolor por el que pasó sobre todo en ciertos momentos de su vida.
La dignidad de Madre, que María tuvo, no sólo fue la causa de todos los privilegios, sino también de todos los trances dolorosos por los que pasó en su vida terrena. La condición de madre no sólo conlleva dolor en el momento del parto, sino a través de toda la vida del hijo, unos serán físicos y otros psíquicos, pero nunca le faltarán.
La maternidad espiritual de María sobre nosotros también le acarreó dolores; como muestra de ello podemos contemplarla en el Calvario, en donde se nos dio por Madre.

La contemplación de los dolores de María ha existido desde muy antiguo:

. En devoción tenemos a S. Ildefonso de Toledo (606 -667)

. En la literatura destacó el rey Alfonso Sabio, en el s. XIII, con "Las Cantigas de Santa María", tiene una dedicada a los "Siete Dolores".
.En el arte es posible encontrar en el s. XV en Burgos huellas de Vírgenes Dolorosas.

No faltaron religiosos franciscanos como en el s. XIII San Buenaventura y Jacopone de Todi, éste con su célebre himno "Stabat Mater Dolorosa", y en el s. XV San Bernardino, quienes contribuyeron a fijar y propagar la iconografía de la Virgen Dolorosa.
Las representaciones plásticas de María en el trance del dolor no ha sido unánime ni en las denominaciones ni en la manera, si bien es verdad que en todas tiene una actitud orante con expresión dolorosa como corresponde a la situación que refleja.

Nombres de la Dolorosa.

No están de mutuo acuerdo en cómo llamar a las efigies de la Virgen Dolorosa.
Podemos hacer tres grupos:

1.- Virgen de la Piedad.

Se representa a María sentada en el suelo o sobre una piedra, al pie de la cruz y con el Hijo muerto en su regazo.
Esta efigie es muy famosa en el Renacimiento, y sobre todo, en Italia, en donde Miguel Ángel hizo sus tres conocidas imágenes de la Piedad, destacándose la que se encuentra en la basílica de San Pedro del Vaticano, con la peculiaridad de que el artista ha puesto su nombre en la cinta que pasa por el corazón de la Virgen.

En España un representante en el barroco lo tenemos en las tallas de Gregorio Fernández.

2.- Virgen de los Dolores o de las Angustias.

Suele aparecer con ambos brazos abiertos y como exclamando, situada al pie de la cruz, aquel grito de dolor: "Oh vosotros, que camináis, atended y ved si hay dolor semejante al mío."
La imagen suele tener en su corazón siete espadas, representando los dolores que ha fijado la tradición.
En España se le llama en algunos sitios la Quinta Angustia.

3.- La Soledad.

Esta advocación tiene su origen en la capilla frente al Calvario en que, según una tradición, María se quedó viviendo en el Calvario hasta que Jesús resucitó; contemplando los clavos y la corona de espinas... en triste soledad.
Las características de esta imagen son: La Virgen se viste de negro y llora silenciosamente, las manos atenazadas por el sufrimiento, no necesita espada para declarar el dolor.
Esta soledad de María impresionó profundamente a nuestros antepasados, como nuestro Lope de Vega nos lo ha trasmitido con los siguientes versos:
Sin Esposo, porque estaba
José de la muerte preso;
sin Padre, porque se esconde;
sin Hijo, porque está muerto;
sin luz, porque llora el Sol;
sin voz, porque muere el Verbo;
sin alma, ausente la suya;

sin cuerpo, enterrado el cuerpo;
sin tierra, que todo es sangre;
sin aire, que todo es fuego;
sin fuego, que todo es agua;
sin agua, que todo es hielo;
con la mayor soledad...

Cuántas espadas?

Se ha tomado como símbolo de dolor en María una espada, teniendo en cuenta la profecía de Simeón: "Una espada te atravesará el alma" (Lc. 2, 35).
El número simbólico de siete espadas es el que ha predominado sobre todo a partir del s. XV.
Hay un grabado del s. XVI que tiene 13 espadas.
El murciano Salzillo (s. XVIII) talló una imagen de la Dolorosa, que sólo lleva clavada una espada, la Virgen de la Purísima Angustia de la iglesia de Santa Catalina, de Cádiz.
Como los dolores son tan numerosos y variados nunca los autores se pusieron de acuerdo acerca de cuáles eran cada uno, hasta llegó el momento que parecía como si hubiese una competición para ver quién encontraba más en la biografía de la Virgen, hasta el punto que llegaron a contarse hasta 150. Lo que sí sabemos es que María por ser Corredentora con su Hijo y al escoger éste el camino del sufrimiento tuvo que sufrir mucho, nunca el dolor estuvo ausente en su vida.


LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5


LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5

No viváis, hermanos, en tinieblas para que el día del Señor no os sorprenda como ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.

martes, 26 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 26 de noviembre 2019



Día litúrgico: Martes XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». 

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».


«No quedará piedra sobre piedra»

+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret 
(Vic, Barcelona, España)

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

Humildad de María



Humildad de María

 San Alfonso María de Ligorio


La humildad, dice san Bernardo, es el fundamento y guardián de todas las virtudes. Y con razón, porque sin humildad no es posible ninguna virtud en el alma. Todas las virtudes se esfuman si desaparece la humildad. Por el contrario, decía san Francisco de Sales, como refiere santa Juana de Chantal, Dios es tan amigo de la humildad que acude enseguida allí donde la ve. En el mundo era desconocida tan hermosa y necesaria virtud, pero vino el mismo Hijo de Dios a la tierra para enseñarla con su ejemplo y quiso que especialmente le imitáramos en esa virtud: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser exaltada sobre todas las criaturas. Se le reveló a santa Matilde que la primera virtud en que se ejercitó de modo particular la bienaventurada Madre de Dios, desde el principio, fue la humildad.

El primer acto de humildad de un corazón es tener bajo concepto de sí. María se veía tan pequeña, como se lo manifestó a la misma santa Matilde, que si bien conocía que estaba enriquecida de gracias más que los demás, no se ensalzaba sobre ninguno. No es que la Virgen se considerase pecadora, porque la humildad es andar con verdad, como dice santa Teresa, y María sabía que jamás había ofendido a Dios. Tampoco dejaba de reconocer que había recibido de Dios mayores gracias que todas las demás criaturas porque un corazón humilde reconoce, agradecido, los favores especiales del Señor para humillarse más; pero la Madre de Dios, con la infinita grandeza y bondad de su Dios, percibía mejor su pequeñez. Por eso se humillaba más que todos y podía decir con la sagrada Esposa: "No os fijéis en que estoy morena, es que el sol me ha quemado" (Ct 1,6). Comenta san Bernardo: Al acercarme a él, me encuentro morena. Sí, porque comenta san Bernardino: La Virgen tenía siempre ante sus ojos la divina majestad y su nada. Como la mendiga que al encontrarse vestida lujosamente con el vestido que le dio la señora no se ensoberbece, sino que más se humilla ante su bienhechora al recordar más aún su pobreza, así María, cuanto más se veía enriquecida más se humillaba recordando que todo era don de Dios. Dice san Bernardino que no hubo criatura en el mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que más se humillase que María. Como ninguna cristiana, después del Hijo de Dios, fue elevada tanto en gracias y santidad, así ninguna descendió tanto al abismo de su humildad.

El humilde desvía las alabanzas que se le hacen y las refiere todas a Dios. María se turba al oír las alabanzas de san Gabriel. Y cuando Isabel le dice: "Bendita tú entre las mujeres... ¿Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Feliz la que ha creído que se cumplirían todas las cosas que le fueron dichas de parte de Dios" (Lc 1,42-45). María, atribuyéndolo todo a Dios, le responde con el humilde cántico: "Mi alma engrandece al Señor". Como si dijera: Isabel, tú me alabas porque he creído, y yo alabo a mi Dios porque ha querido exaltarme del fondo de mi nada, "porque miró la humildad de su esclava". Dijo María a santa Brígida: ¿Por qué me humillé tanto y merecí tanta gracia sino porque supe que no era nada y nada tenía como propio? Por eso no quise mi alabanza sino la de mi bienhechor y mi creador. Hablando de la humildad de María dice san Agustín: De veras bienaventurada humildad que dio a luz a Dios hecho hombre, nos abrió el paraíso y libró a las almas de los infiernos.

Es propio de los humildes el servicio. María se fue a servir a Isabel durante tres meses; a lo que comenta san Bernardo: Se admiró Isabel de que llegara María a visitarla, pero mucho más se admiraría al ver que no llegó para ser servida, sino para servirla.

Los humildes viven retirados y se esconden en el sitio peor; por eso María, reflexiona san Bernardo, cuando el Hijo estaba predicando en aquella casa, como refiere san Mateo en el capítulo 12, y ella quería hablarle, no quiso entrar sin más. Se quedó fuera, comenta san Bernardo, y no interrumpió el sermón con su autoridad de madre ni entró en la casa donde hablaba el Hijo. Por eso también, estando ella con los discípulos en el Cenáculo se puso en el último lugar, que después de los demás la nombra san Lucas cuando escribe: "Perseveraban todos unánimes en la oración, con las mujeres y la Madre de Jesús" (Hch 1,14). No es que san Lucas desconociera los méritos de la Madre de Dios conforme a los cuales debiera haberla nombrado en primer lugar, sino porque ella se había puesto después de los apóstoles y las demás mujeres, y así los nombra san Lucas conforme estaban colocados en aquel lugar. Por lo que escribe san Bernardo: Con razón la última llega a ocupar el primer lugar, porque siendo María la primera de todas, se había colocado la última.

Los humildes, en fin, no se ofenden al ser menospreciados. Por eso no se lee que María estuviera al lado de su Hijo en Jerusalén cuando entró con tantos honores y entre palmas y vítores; pero, por el contrario, cuando su Hijo moría, estuvo presente en el Calvario a la vista de todos, sin importarle la deshonra, ante la plebe, de darse a conocer como la madre del condenado que moría como criminal con muerte infamante. Le dijo a santa Brígida: ¿Qué cosa más humillante que ser llamada loca, hallarse falta de todo y verse tratada como lo más despreciable? Esta fue mi humildad, éste mi gozo, éste todo mi deseo, porque no pensaba más que en agradar al Hijo mío.

Le fue dado a entender a sor Paula de Foligno lo grande que fue la humildad de la santísima Virgen; y queriendo explicarlo al confesor, no sabía decir más que esto, llena de estupor: ¡La humildad de nuestra Señora! Oh Padre, ¡la humildad de nuestra Señora! No hay en el mundo ni un grado de humildad si se compara con la humildad de María. El Señor hizo ver a santa Brígida dos señoras. La una era todo fausto y vanidad: Esta, le dijo, es la soberbia; y ésta otra que ves con la cabeza inclinada, obsequiosa con todos y sólo pensando en Dios y estimándose en nada, ésta es la humildad, y se llama María. Con esto quiso Dios manifestar que su santa Madre es tan humilde que es la misma humildad.

No hay duda, como dice san Gregorio Niseno, de que para nuestra naturaleza caída no hay virtud que tal vez le resulte más difícil de practicar que la de la humildad. Pero la única manera de ser verdaderos hijos de María es siendo humildes. Dice san Bernardo: Si no puedes imitar la virginidad de la humilde, imita la humildad de la virgen. Ella siente aversión a los soberbios y llama hacia sí a los humildes. "El que sea pequeño que venga a mí" (Pr 9,4). Dice Ricardo de San Lorenzo: María nos protege bajo el manto de su humildad. La Virgen le dijo a santa Brígida: Hija mía, ven y escóndete bajo mi manto; este manto es mi humildad. Y le explicó que la consideración de su humildad es como un manto que da calor; y como el manto no da calor si no se lleva puesto, así se ha de llevar este manto, no sólo con el pensamiento, sino con las obras. De manera que mi humildad no aprovecha sino al que trata de imitarla. Por eso, hija mía, vístete con esta humildad. Cuán queridas son para María las almas humildes. Escribe san Bernardo: La Virgen conoce y ama a los que la aman, y está cerca de los que la invocan; sobre todo a los que ve semejantes a ella en la castidad y en la humildad. Por lo cual el santo exhorta a los que aman a María a que sean humildes: Esforzaos por practicar esta virtud si amáis a María. El P. Martín Alberto, jesuita, por amor a la Virgen solía barrer la casa y recoger la basura. Y como refiere el P. Nieremberg, se le apareció la Virgen y, agradeciéndole, le dijo: Cómo me agrada esta obra realizada por amor mío.

Reina mía, no podré ser tu verdadero hijo si no soy humilde. ¿No ves que mis pecados, al hacerme ingrato a mi Señor me han hecho a la vez soberbio? Remédialo tú, Madre mía. Por los méritos de tu humildad alcánzame la gracia de ser humilde para que así pueda ser hijo tuyo verdadero.



LECTURA BREVE Jr 15, 16


LECTURA BREVE Jr 15, 16

Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos!

lunes, 25 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 25 de noviembre 2019



Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».


«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»

Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez 
(Barcelona, España)

Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

¡Honremos y amemos a María!



¡Honremos y amemos a María!

 Don Orione


¡La "bendita entre todas las mujeres", toda vestida de blanco se apareció y le dijo a una humilde niña: "¡Yo soy la Inmaculada Concepción!". Y con reiteradas apariciones e incesantes prodigios se dignó confirmar ese dogma consolador, proclamado cuatro años antes por el angélico y gran Papa Pío IX. 
María es Inmaculada y llena de gracia para Sí, y para todos los hijos de Eva, porque es ejemplo para todos y Madre de todos. Todo el esplendor, la pureza y las gracias de los Angeles y Santos del cielo reunidos no pueden igualar el fulgor, la pureza inmaculada y la plenitud de las gracias con que está adornada y resplandece...

Honremos, pues, a María con nuestra oración,
difundiendo su culto,
con nuestra devoción más tierna
e imitando sus virtudes.
renovemos nuestras almas
con obras de fe y amor
a Dios y a los hermanos. 
Honremos a María, despojándonos del orgullo, 
y viviendo en humildad:
¡Ella fue muy humilde!

¡Honremos a María!
Despegando nuestros corazones
de los bienes de esta pobre tierra,
donde todo es vanidad y riquezas caducas;
y los humos y honores, y los apetitos de los sentidos,
¡todo es ilusión!
¡Amemos a la feliz pobreza espiritual,
que María tanto amó:
levantemos el espíritu a las cosas invisibles,
y corramos tras las huellas de los gozos sempiternos!

¡Honremos a María!
Invoquemos su nombre, supliquémosle que nos infunda
un poco de su pureza inmaculada,
y que nos limpie;
que nos tome de la mano y nos guíe;
que nos conceda la sencillez de los corazones puros,
que ven a Dios y lo interpretan;
¡que la Virgen Santa 
nos dé el amar a Jesús por sobre todas las cosas,
y la fuerza de caminar virilmente con Cristo!

¡Honremos y amemos a María!
Amémosla dulcísimamente, como hijos, inmensamente!
¡Y cuando un día estemos en el cielo, 
a Ella nos uniremos, y a los Angeles,
en la alegría, en el gozo inefable;
y, en Ella y con Ella,
honraremos y amaremos eternamente a Dios!

1934

LECTURA BREVE Jr 17, 9-10


LECTURA BREVE Jr 17, 9-10

Nada más falso y enfermo que el corazón, ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas; para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 24 de noviembre 2019



Día litúrgico: Domingo XXXIV del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (C)

Texto del Evangelio (Lc 23,35-43): En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». Había encima de él una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos». 

Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».


«Éste es el Rey de los judíos»

Rev. D. Joan GUITERAS i Vilanova 
(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos hace elevar los ojos hacia la cruz donde Cristo agoniza en el Calvario. Ahí vemos al Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Y, encima de todo hay un letrero en el que se lee: «Éste es el Rey de los judíos» (Lc 23,38). Este que sufre horrorosamente y que está tan desfigurado en su rostro, ¿es el Rey? ¿Es posible? Lo comprende perfectamente el buen ladrón, uno de los dos ajusticiados a un lado y otro de Jesús. Le dice con fe suplicante: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,42). La respuesta de Jesús es consoladora y cierta: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Sí, confesemos que Jesús es Rey. “Rey” con mayúscula. Nadie estará nunca a la altura de su realeza. El Reino de Jesús no es de este mundo. Es un Reino en el que se entra por la conversión cristiana. Un Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. Un Reino que sale de la Sangre y el agua que brotaron del costado de Jesucristo.

El Reino de Dios fue un tema primordial en la predicación del Señor. No cesaba de invitar a todos a entrar en él. Un día, en el Sermón de la montaña, proclamó bienaventurados a los pobres en el espíritu, porque ellos son los que poseerán el Reino.

Orígenes, comentando la sentencia de Jesús «El Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21), explica que quien suplica que el Reino de Dios venga, lo pide rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de él, para que nazca, fructifique y madure. Añade que «el Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente, llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol: que Cristo, una vez sometidos quienes le son enemigos, pondrá el Reino en manos de Dios el Padre, y así Dios será todo en todos». El escritor exhorta a que digamos siempre «Sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu Reino».

Vivamos ya ahora el Reino con la santidad, y demos testimonio de él con la caridad que autentifica a la fe y a la esperanza.

Cristo y Señor de todo el mundo


 CRISTO Y SEÑOR DE TODO EL MUNDO

Por Francisco Javier Colomina Campos

Llegados al último domingo del tiempo ordinario, como culmen del año litúrgico, celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Con esta celebración la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en Cristo, Él es el principio y el fin de la historia, el alfa y la omega. Y al concluir un año litúrgico más, contemplamos a Cristo como Rey y Señor de todo el mundo.

1. Jesucristo es el único rey. En el Antiguo Testamento había tres estamentos considerados como los pastores de Israel: los sacerdotes, los profetas y los reyes. En un principio, Israel no tenía rey. A la llegada a la Tierra Prometida, tras la salida de la esclavitud de Egipto, los israelitas eran gobernados por los jueces, hombres que Dios elegía cuando surgía algún problema en el pueblo. Dios era considerado el rey de Israel. Así, a lo largo del Antiguo Testamento, podemos encontrar numerosos textos en los que se proclama la realeza y la majestad de Dios, especialmente en los salmos. Pero fue en tiempos del profeta Elías cuando los israelitas, porque querían ser como los demás pueblos vecinos, pidieron a Dios que les diera un rey. A pesar de que el pueblo rechazaba por este motivo la realeza de Dios, Dios ungió un rey para Israel: el rey Saúl. Después vendrán David y Salomón, y tras la división del Pueblo de Dios, aparecerán los distintos reyes de Israel y de Judá. El Mesías prometido, además de ser sacerdote y profeta, tenía que ser también rey. Por eso estaba anunciado que el Mesías sería descendiente del rey David. Jesús es el Mesías prometido, por eso decimos que Cristo es sacerdote, profeta y rey. De hecho, Jesús es condenado a muerte precisamente por autoproclamarse rey de los judíos. En el Evangelio de hoy escuchamos el momento en el que Jesús está siendo interrogado por Pilato. “¿Tú eres rey?”, le pregunta Pilato, a lo que Jesús responde: “tú lo dices, soy rey”. De hecho, en el letrero que mandó poner Pilato en la cruz de Jesús con el motivo de su condena, estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Jesús es por tanto el único rey, no con tronos de gloria y con coronas de oro, sino colgado en el madero de la cruz y con una corona de espinas. Un rey que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida. Así es como el Mesías, el Rey de todo el mundo, ejerce su poder: desde el servicio y la entrega por amor a todos.

2. “Mi reino de es de este mundo”. Al contemplar a Cristo Rey en su trono que es la cruz y coronado de espinas, entendemos lo que Jesús mismo dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Cuando miramos a los poderosos de este mundo, a los que tiene autoridad y gobierno, vemos en la mayoría de ellos un afán por mandar, poniéndose por encima de los demás. Vemos incluso que hoy, como entonces, es verdad lo que dijo Jesús en una ocasión y que escuchábamos hace algunos domingos: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Así son los reinos de este mundo. Pero el Reino de Cristo no es de este mundo, no sigue los criterios y los principios que rigen en este mundo. Pues mientras que los reyes y los señores de este mundo buscan ser servidos, Cristo se convierte Él en el servidor de todos; mientras que los reinos de este mundo buscan en las guerras y en los conflictos la satisfacción de sus ansias de poder y de riquezas, Cristo es un rey que trae la paz y la unidad de todos; mientras que los señores de este mundo viven en la mentira, en el rencor y en la avaricia, Cristo es un rey testigo de la verdad, que trae la concordia y el perdón, y que nos enseña a vivir desde la sencillez y la humildad. Un rey, en definitiva, que se hace esclavo y que da la vida por todos, hasta el punto de subirse al madero de la cruz. Éste es nuestro rey, a Él queremos seguir los cristianos, Él es quien guía nuestros pasos. Un rey incomprendido por este mundo, considerado como un absurdo por los que tienen poder y autoridad en la tierra, pero que precisamente por esto es el Rey del universo.

3. “Venga a nosotros tu reino”. Cada vez que rezamos el Padre nuestro, la oración que el mismo Jesús nos enseñó, le pedimos a Dios que venga a nosotros su reino. Con ello, le pedimos a Dios que venga Cristo, el Rey del universo. Él nos trae “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, como reza el prefacio de la fiesta de hoy. Este es nuestro deseo: que entre nosotros vaya creciendo día a día el reino de Dios, un reino que no tendrá fin, y que el mundo entero se vaya transformando en este reino que deseamos. Pero para ello no basta sólo con pedirlo en la oración. Es necesario que también nosotros trabajemos por este reino. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, hemos de trabajar por el reino de Dios. Nosotros somos ese pueblo de reyes, un reino consagrado a Dios.

En este último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el adviento, éste es nuestro deseo: que Cristo sea nuestro rey, el Rey del universo, que venga a nosotros su Reino, un reino de paz, de amor, de servicio, como Él mismo nos enseñó desde la cruz. No tenemos más rey que a Cristo crucificado.

LECTURA BREVE 1R 8, 60-61


LECTURA BREVE 1R 8, 60-61

Sepan todos los pueblos de la tierra que el Señor es Dios y no hay otro. Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Santo Evangelio 23 de noviembre 2019



Día litúrgico: Sábado XXXIII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer». 

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven». 

Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.


«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Rev. D. Ramon CORTS i Blay 
(Barcelona, España)

Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).

Honrar a María: Parecerse a Ella



Honrar a María: Parecerse a Ella

Padre José Luis Martín Descalzo


Me parece que no se puede empezar a hablar hoy de la Virgen sin comenzar recordando aquellas palabras capitales en las que el Concilio Vaticano II recuerda como debe ser una verdadera devoción católica a María.

"Recuerden los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un estéril y transitorio sentimentalismo, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos Ileva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos inclina a un amor filial hacia nuestra madre y a la imitación de sus virtudes"

Creo que no se puede decir más en menos palabras. Y empieza el Concilio recordándonos, en primer lugar, lo que la devoción Mariana no es, porque demasiada gente usa a la Virgen como un recurso emotivo, como un refugio sentimental, coma un recuerdo infantil. Y la ternura es buena, y buenas son las flores y las velas, siempre que no se quede todo ahí, siempre que la devoción no se reduzca a un estéril y transitorio sentimentalismo que afecta solo al corazón, pero no influye en la vida.

Explica luego el Concilio que es la devoción Mariana y señala tres aspectos fundamentales: algo que brota de la fe, que conduce al amor y produce la imitación de las virtudes. Tres aspectos fundamentales e imprescindibles.

La devoción Mariana surge de la fe y es por tanto inseparable de Cristo. La grandeza de María viene de su relación con Jesús. 

No es una diosa independiente. Es la madre del salvador. Y mal se podría creer en María si no se creyera en serio en la salvación que a nosotros y a ella nos Ilega de Jesús.

Esta fe conduce al amor. Nosotros queremos a la Virgen y la queremos tierna y apasionadamente, como se quiere, sin metáforas, a una verdadera madre. Ella no solo ayuda a engendrarnos en la gracia, sino que sigue engendrándonos en ella con su amor maternal.

Y ese amor se manifiesta en la imitación de sus virtudes. Esta es la verdadera piedra de toque de la devoción Maríana. Porque de nada serviría visitar sus santuarios, rezarle rosarios, encenderle velas, hacerle promesas, Ilevarle flores, si no terminamos por parecernos a ella.

Y hache es donde falla mayormente nuestro amor a María. Porque son muchos los que se Ilenan la boca de su nombre, pero sentirían terror de vivir como ella en la pobreza y en la estrechez. Son muchos los que la consideran su madre, pero encuentran indigno trabajar con sus manos como ella. Hay incluso círculos, ambientes e instituciones religiosas en los que una mujer trabajadora, esposa de un obrero, o no tendría sitio o seria aceptada un poco «por caridad». Hay gentes que organizan rosarios, cultos, ceremonias en honor a María, pero jamás se entregaran a sus hermanos como María se entrego a su misión. Hay quienes piensan que pueden combinar ternura Mariana y egoísmo, y son más amigos de regalar imágenes Marianas que de poner en orden y justicia sus negocios. 

Bueno será, por todo ello, que el mes de mayo lo empleemos no solo en honrar y recordar a María, sino en preguntarnos en que nos parecemos a ella. Porque -como dijo Pablo VI- "es natural que los hijos tengan los mismos sentimientos que sus madres y reflejen sus meritos y virtudes".