Novena Virgen del Carmen

viernes, 30 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 30 de noviembre 2018



Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): 

En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.


«Os haré pescadores de hombres»

Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL 
(Roma, Italia)

Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

Elegida por Dios antes que nada



Elegida por Dios antes que nada


Miguel Hernández

  

¡Oh elegida por Dios antes que nada;
Reina del Ala, propia el zafiro,
nieta de Adán, creada en el retiro
de la' virginidad siempre increada!

Tienes el ojo tierno de preñada;
y ante el sabroso origen del suspiro
donde la leche mana miera, miro
tu cintura, de no parir, delgada.

Trillo es tu pie de la serpiente lista,
tu parva el mundo, el ángel tu siguiente,
Gloria del Greco y del cristal orgullo.

Privilegió Judea con tu vista
Dios, y eligió la brisa y el ambiente
en que debía abrirse tu capullo.

LECTURA BREVE Ef 2, 19-22


LECTURA BREVE   Ef 2, 19-22

Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios por el Espíritu.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 29 de noviembre 2018


Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».


«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»

Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet 
(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

El viaje a Egipto

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El viaje a Egipto 

Emma-Margarita R.A. -Valdés

  

Un rumor de alas blancas se introduce en la esfera
de la visible realidad
denunciando a José la espada de la ira.
Es preciso partir, morir un poco,
desasirse del húmedo heno,
del calor del pesebre,
retoñar con el rayo incomprensible.

Os guía el toque de centella
albergado en el centro de la carne
y, en José, Dios añadirá.
La noche abre su negro pórtico,
alumbran las luciérnagas, se arrastran las serpientes,
desde el cierzo cabalgan maldiciones
de cactus y de ortigas.

Se inicia el viaje a Egipto.
Un largo caminar
por el desierto, bajo el Sol
que reverbera su oro entre las dunas.
En soledad, a la intemperie,
atravesáis las sombras del crepúsculo 
doblegados en manos del arquero.

El Niño tiene hambre y tú, solícita,
le sacias con la albura de tu pecho.
Se agiganta tu sed
por el casto manjar que viertes, generosa,
para calmar su triste llanto.
Manan los vaticinios
el acíbar, la hiel, en tus labios salobres.

Lamentos y gemidos, relámpagos de sangre,
lágrimas por los muertos inocentes
en la tela de araña del poder,
ensombrecen el firmamento.
Tú, misericordiosa, asumes, 
la tortura integral
de las mujeres mutiladas.

Tú llevas el consuelo,
el austro suave, portador de lluvia,
anegará los campos,
bendecirá la flor y esparcirá su aroma
sobre rocas, espinas, pedregales.
Ya su tierno verdor
envarona en las márgenes del Nilo.

LECTURA BREVE Rm 14, 17-19


LECTURA BREVE   Rm 14, 17-19

El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 28 de noviembre 2018



Día litúrgico: Miércoles XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».


«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella 
(Madrid, España)

Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana. 

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

El Verbo quiso de mí



El Verbo quiso de mí

Monseñor  Pedro María Casaldáliga


Para no ser sólo Dios, 
el Verbo quiso de mí 
la carne que hace al Hombre. 
Y yo le dije que sí, 
para no ser sólo niña.

Para no ser sólo vida, 
el Verbo quiso de mí 
la carne que me hace a la Muerte. 
Y yo le dije que sí 
para no ser sólo madre.

Y para ser Vida Eterna 
el Verbo quiso de mí 
la carne que resucita. 
Y yo le dije que sí 
para no ser sólo tiempo.

LECTURA BREVE 1Co 12, 24b. 25-26


LECTURA BREVE   1Co 12, 24b. 25-26

Dios quiso que no hubiera divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.

martes, 27 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 27 de noviembre 2018



Día litúrgico: Martes XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): 

En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». 

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

«No quedará piedra sobre piedra»


+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret 
(Vic, Barcelona, España)

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

El triunfo de la vida



El triunfo de la vida 


Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


El triunfo de la vida
se manifiesta en ti porque has creído,
te ruego, Madre mía
inclina el oído
al pueblo por tu Hijo redimido.

Asciende la Victoria
en tu cuerpo, de cielo atravesado
haciéndose memoria
del triunfo proclamado
sobre el hades, la muerte y el pecado.

Tu fe nos ha salvado
bendita siempre Tú, hoy te proclamo
tu Amor me ha rescatado
llevándome en tus manos
al reino de tu Hijo soberano.

Envuélveme en tu manto
Esposa del Espíritu de vida
y te alabe mi canto
primera redimida
Esposa del Amor que me cautiva.

María, Reina y Madre
del Amor encarnado y obediente
a los brazos del Padre
conduces tiernamente
al hijo que a Ti clama humildemente.


LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5


LECTURA BREVE   1Ts 5, 4-5

No viváis, hermanos, en tinieblas para que el día del Señor no os sorprenda como ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 26 de noviembre 2018


Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): 

En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».


«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»

Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez 
(Barcelona, España)

Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

LECTURA BREVE Jr 15, 16


LECTURA BREVE   Jr 15, 16

Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos!

El sueño del Niño Jesús

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El sueño del Niño Jesús

Eduardo Marquina



La Virgen María
penaba y sufría.
Jesús no quería
dejarse acostar.

—¿No quieres? —No quiero.
Cantaba un jilguero,
sabía a romero
y a Luna el cantar.

La Virgen María
probó si podía
del son que venía
la gracia copiar.

María cantaba,
Jesús la escuchaba,
José que aserraba
dejó de aserrar.

La Virgen María
cantaba y reía.
Jesús se dormía
de oirla cantar.

Tan bien se ha dormido
que el día ha venido
e inútil ha sido
gritarle y llamar.

Y entrado ya el día,
como Él aún dormía,
para despertarle
la Virgen María
tuvo que llorar.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 25 de noviembre 2018



Día litúrgico: Domingo XXXIV del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (B)

Texto del Evangelio (Jn 18,33-37): 

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».


«Soy Rey. (...) Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»

Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal 
(Barcelona, España)

Hoy, Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo. Siempre me ha llamado la atención el énfasis que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en Jerusalén. 

Ciertamente, la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra “rey”. Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú eres el rey de la casa. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes dicen que fulano es el rey del rock quieren decir que no hay nadie igual, lo mismo cuando hablan del rey del baloncesto. Entrad en el cuarto de un adolescente y veréis en la pared quiénes son sus “reyes”. Creo que estas expresiones populares se parecen más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios como nuestro Rey y nos ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36).

Para los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el centro hacia el que se dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de que crezca el número de personas que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).

Los cristiano sí queremos que Jesucristo sea Rey del mundo


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LOS CRISTIANOS SÍ QUEREMOS QUE JESUCRISTO SEA REY DEL MUNDO

Por Gabriel González del Estal

1.- Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Cuando el Papa Pío XI, en 1925, estableció esta fiesta sí quería que Jesucristo fuera rey del mundo, de un mundo que estaba bastante secularizado y de poca práctica cristiana, y con una iglesia mayoritariamente monárquica, sobre todo en su jerarquía. Debemos tener en cuenta que cuando Cristo le dice a Pilato que su reino no es de este mundo, da a la palabra <reino> el mismo sentido que en el que Pilato se lo preguntaba, es decir, un reino con poder político y temporal. En ese sentido, evidentemente Jesús ni era, ni quería ser rey, en este sentido su reino no era ciertamente de este mundo. Pero la frase posterior de Jesús es también muy clara: Jesucristo sí es rey de este mundo y para eso le ha enviado su Padre a este mundo: para ser un rey testigo de la verdad. El reino, por tanto, del que Cristo quiere ser rey es del mundo de la verdad, es decir, del mundo de la justicia, de la paz, del amor, de la vida, de la santidad. De este mundo es del que nosotros, los cristianos, queremos que Cristo sea rey. Pero para que Cristo sea de verdad rey de este mundo, debemos defender y practicar sus súbditos estas mismas virtudes: la santidad y la vida, la justicia, la paz, la verdad y el amor. La pregunta que debemos hacernos todos nosotros ahora es, pues, esta: ¿en nuestra vida diaria somos realmente súbditos del Cristo que decimos que es y queremos que sea nuestro rey? Realmente, nosotros, en nuestra vida de cada día, ¿actuamos de acuerdo con la justicia, con la paz, con la verdad, con el amor?; es decir, ¿somos verdaderos discípulos y seguidores de Cristo? ¿Somos realmente santos, en el sentido que Cristo, nuestro rey, quiere que lo seamos? Pues, si no somos santos en el sentido en que Cristo quiere que lo seamos, no estamos celebrando con pleno sentido esta fiesta que hoy celebramos: la fiesta de “Jesucristo, rey del universo”. Sí, ya sabemos que la santidad cristiana es la meta de nuestra vida y hacia ella caminamos, aunque aún no hayamos llegado a ella. Pero, insisto, si no vivimos caminando hacia ella, hacia la santidad cristiana, no somos verdaderos cristianos, no estamos celebrando con toda dignidad esta fiesta de Jesucristo, rey del universo.

2.- Le dieron (al hijo del hombre), poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. En el capítulo 7 del libro de Daniel, libro de carácter apocalíptico, aparece la figura del hijo del hombre, proveniente de Dios; los cristianos siempre hemos identificado esta figura con el futuro rey mesiánico, quien salvará definitivamente al pueblo de Israel de cualquier opresión. Aplicando este texto del profeta Daniel a la fiesta de Cristo rey del universo que hoy celebramos deberemos decir que Cristo, el hijo del hombre, quiere ser también nuestro rey y que, como rey, nos salvó también a nosotros. La condición necesaria para que Cristo nos salve debe ser, claro está, que nosotros queramos dejarnos salvar, cumpliendo su mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó.

3.- Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. También aquí, en este capítulo primero del libro del Apocalipsis, se nos dice que Cristo es “el príncipe de los reyes de la tierra y que a él debemos dar la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Pues, como a Cristo sólo podemos darle la gloria y el poder cumpliendo su mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó hagamos hoy este propósito. Sólo así, como venimos diciendo, estaremos celebrando con dignidad esta fiesta de Jesucristo rey del universo. Y trabajemos, además, con todas nuestras fuerzas para que Cristo sea rey de nuestro mundo, de la sociedad en la que nosotros vivimos.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 24 de noviembre 2018


Día litúrgico: Sábado XXXIII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer». 

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven». 

Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.


«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Rev. D. Ramon CORTS i Blay 
(Barcelona, España)

Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).

El sol de una estrella



El sol de una estrella

 Pedro de Padilla


Nacer el sol de una estrella
sólo se vio en este día,
que nace Dios de María,
quedando madre y doncella.

En la Virgen con tal arte
usó Dios de su primor,
que lo más en lo menor,
y el todo encerró en la parte,
y grandeza como aquella
hoy muestra lo que encubría,
y nace Dios de María,
quedando madre y doncella.

Que el sol de justicia salga
donde le podamos ver,
y que sola una mujer
a tan gran efecto valga;
extrañeza como ella
hoy sólo ver se podía
que nace Dios de María,
quedando madre y doncella.

Sólo de esta Virgen pura
esto se puede esperar,
que por humilde alcanzar
mereció tan gran ventura.
Llegad con su Hijo a ella,
y allí veréis, alma mía,
que nace Dios de María,
quedando madre y doncella.


LECTURA BREVE 1R 8, 60-61



LECTURA BREVE   1R 8, 60-61

Sepan todos los pueblos de la tierra que el Señor es Dios y no hay otro. Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 23 de noviembre 2018



Día litúrgico: Viernes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): 

En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.


«Mi casa será casa de oración»

P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat 
(Montserrat, Barcelona, España)

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» («Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.

El sexto gozo: Pentecostés

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El sexto gozo: Pentecostés


Fray Iñigo de Mendoza


El sesto gozo te luego
que contemples, virgen madre:
en son de lenguas de fuego
enbíó tu hijo luego
el amor suyo y del padre
a doblar de syete clones
aquella sancta compaña,'
por dar a sus corazones
contra las persecusiones
füerca y maña.

Desta gracia repartida
que el amor ele Djos reparte,
¡O virgen no corrompida!,
es verdad muy conocida
que a ti dio la mayor parte;
por que son en tantos grados
sus gracias en sculpidas,
que en ti todos los estados
pueden fallar los' dechados
de sus vidas.

Gózate, madre de Dios
con tan alta dignidad, 
que tu, biviendo entre nos
de tres personas, las dos '
te cnbió la trinidad:
la una, dentro, encarnada
en el tu vientre bendíro
la otra, fuera mostrada '
y de dentro dcbuxada
en tu espíritu.

LECTURA BREVE Ef 4, 29-32


LECTURA BREVE   Ef 4, 29-32

No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más al santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha perdonado en Cristo.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Santo Evangelio 22 de noviembre 2018


Día litúrgico: Jueves XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): 

En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».


«¡Si (...) tú conocieras en este día el mensaje de paz!»

Rev. D. Blas RUIZ i López 
(Ascó, Tarragona, España)

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.