Novena Virgen del Carmen

martes, 30 de abril de 2013

La confesión, según el Papa Francisco: ni una lavandería, ni una sesión de tortura


    
Propone una «bendita vergüenza»


La confesión, según el Papa 

Francisco: ni una lavandería, ni una sesión de tortura
   
Actualizado 30 abril 2013

                       
El confesionario no es ni una "lavandería" que elimina las manchas de los pecados, ni una "sesión de tortura", donde se infligen golpes. 

La confesión es, más bien, un encuentro con Jesús donde se toca de cerca su ternura. Pero hay que acercarse al sacramento sin trucos o verdades a medias, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados con aquella "bendita vergüenza", la "virtud del humilde" que nos hace reconocer como pecadores.

Así se ha expresado el papa Francisco sobre la reconciliación, en la homilía pronunciada durante la misa celebrada este lunes 29 de abril, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, según informaba el diario vaticano L´Osservatore Romano.

Entre los concelebrantes estaban el cardenal Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), con el secretario, monseñor Luigi Mistò; el arzobispo Francesco Gioia, presidente de la Opera Peregrinatio ad Petri Sedem, el arzobispo de Owerri, monseñor Anthony Obinna, y el procurador general de los Verbitas, padre Giancarlo Girardi.

También concelebraron monseñor Eduardo Horacio García, obispo auxiliar y provicario general de Buenos Aires. Entre los presentes, las hermanas Pías Discípulas del Divino Maestro, que sirven en el Vaticano y un grupo de empleados de APSA.

El papa inició su homilía con una reflexión sobre la primera carta de San Juan (1, 5-2, 2), en la que el apóstol «se dirige a los primeros cristianos, y lo hace con sencillez: "Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna". Pero "si decimos que estamos en comunión con Él", amigos del Señor, "y andamos en tinieblas, somos mentirosos y no practicamos la verdad". Y a Dios se le debe adorar en espíritu y en verdad».

"¿Qué quiere decir -preguntó el papa--, caminar en la oscuridad? Porque todos tenemos oscuridad en nuestras vidas, incluso momentos en los que todo, incluso en la propia conciencia, es oscuro, ¿no? Caminar en la oscuridad significa estar satisfecho consigo mismo. Estar convencidos de no necesitar salvación. ¡Esas son las tinieblas!".

Y, continuó, "cuando uno avanza en este camino de la oscuridad, no es fácil volver atrás. Por lo tanto Juan continúa, tal vez esta manera de pensar lo ha hecho reflexionar: "Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros". Miren sus pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el punto de partida".

"Si confesamos nuestros pecados --dijo el papa--, Él es fiel, es justo tanto para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Y se presenta a nosotros, ¿no es así?, este Señor tan bueno, tan fiel, tan justo que nos perdona. Cuando el Señor nos perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque Él ha venido a salvar, y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo. «Soy tu salvador» y nos acoge".

Lo hace en el espíritu del Salmo 102: "Como un padre es tierno con sus hijos, así es el Señor, y tierno con los que le temen", con los que vienen a Él. La ternura del Señor. Siempre nos entiende, pero no nos deja hablar: Él lo sabe todo. «No te preocupes, vete en paz», la paz que sólo Él da".

Esto es lo que "sucede en el sacramento de la reconciliación. Tantas veces --dijo el papa--, pensamos que ir a la confesión es como ir a la lavandería. Pero Jesús en el confesionario no es una lavandería".

La confesión «es un encuentro con Jesús que nos espera como somos. "Pero, Señor, mira, yo soy así". Estamos avergonzados de decir la verdad: hice esto, pensé en aquello. Pero la vergüenza es una verdadera virtud cristiana, e incluso humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a los que no pueden avergonzarse le dicen "sinvergüenza". Este es uno sin "vergüenza", porque no tiene la capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es una virtud del humilde».

Seguido a esto, el papa Francisco retomó la carta de san Juan. Estas palabras, dijo, que nos invitan a confiar: "El Paráclito está de nuestro lado y nos sostiene ante el Padre. Él sostiene nuestra vida débil, nuestro pecado. Nos perdona. Él es nuestra defensa, porque nos sostiene. Ahora, ¿cómo debemos ir hasta el Señor, así, con nuestra realidad de pecadores? Con confianza, incluso con alegría, sin maquillaje. ¡Nunca debemos maquillarnos delante de Dios! Con la verdad. ¿Con vergüenza? Bendita vergüenza, esta es una virtud".

«Jesús nos espera a cada uno de nosotros, reiteró citando el evangelio de Mateo (11, 25-30): "Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados", incluso del pecado, "y yo les daré descanso. Lleven sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón". Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre».

"La humildad y la mansedumbre --prosiguió el papa--, son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano siempre va así, en la humildad y en la mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. ¿Puedo hacerles una pregunta?: ¿ir ahora a confesarse, no es ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para golpearme? No, sino con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Vas de nuevo, y vas, y vas, y vas... Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre".

El papa invitó a confiar en las palabras del apóstol Juan: "Si alguno ha pecado, tenemos un Paráclito ante el Padre".

Y concluyó: "Esto nos da aliento. Es bello, ¿no? ¿Y si tenemos vergüenza? Bendita vergüenza porque eso es una virtud. Que el Señor nos dé esta gracia, este valor de ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es la luz. Y no con la oscuridad de las verdades a medias o de las mentiras delante de Dios”.

Traducido por José Antonio Varela V.

Para rezar...un cirio encendido


 




Para rezar...un cirio encendido

Arroja fuera de ti las preocupaciones, aparta de ti tus inquietudes. Dedícate un rato a Dios y descansa un momento en su presencia.
Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com



Esta es mi rutina todas las mañanas al comenzar la meditación: Entro a mi habitación, cierro la puerta y las persianas, apago las luces, enciendo un cirio, lo pongo frente al crucifijo, me arrodillo o me siento, y en un ambiente de completo silencio voy a la profundidad del corazón: "Cuando ores, entra en tu alcoba, y cerrada tu puerta ora a tu Padre que está en lo secreto." Mt 6,6

Busco la calma, callo todo aquello que no me lleva al encuentro conmigo mismo y con Dios. El silencio es la frecuencia para el encuentro con Dios. Debe reinar el silencio para escuchar a Dios, sobre todo silencio en el corazón. El silencio requerido para la meditación debe ser no sólo de ruidos exteriores, también y sobre todo de los ruidos interiores que provocan la imaginación, la memoria y las emociones.

Para este momento San Anselmo escribe: "Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él." (San Anselmo)

Jesús buscó siempre el silencio. El silencio del corazón de María el día de la anunciación, el silencio de la cueva de Belén, el silencio de la casita humilde en Nazaret, el silencio del desierto al comenzar la vida pública, el silencio de las noches de oración, el silencio del huerto de los olivos, el silencio de la cruz, del sábado santo y de la resurrección. Hoy está en el silencio del Sagrario y te espera en el silencio de tu corazón. Quiere que en él encuentres un silencio sonoro: la irrupción del mismo Espíritu que se hizo presente en la comunidad de los apóstoles y se posó sobre cada uno de ellos cuando estaban en oración (Hechos 1,14; 2,1)

El silencio es la puerta de acceso al corazón. El silencio y la soledad son preparación para el encuentro con Dios; el encuentro con Dios es comunión y plenitud. Primero es ausencia de interferencias, luego es el ambiente propicio para la escucha, luego la unión de corazones: un silencio fascinante, fecundo, revelador.

Veo con toda calma la llama del cirio: humilde, serena, ardiente, luminosa. Cierro los ojos y con la mirada interior, la de la fe, traigo a la memoria la llama que el Espíritu Santo encendió en lo más profundo de mi corazón el día de mi Bautismo. Esa llama que arde en lo más profundo de mi ser es la presencia de Dios vivo. "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" 1 Cor 3,16

"Di, pues, alma mía, di a Dios: -Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.- Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte." (San Anselmo)

El silencio ahora es atención amorosa a la presencia oculta de Dios en el corazón: "Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, estarse amando al amado." (Suma de perfección, San Juan de la Cruz) Ya en la presencia de Dios, permaneces en sus brazos: "callado y tranquilo, como un niño recién amamantado en brazos de su madre." (Sal 131) Y entonces te quedas envuelto en la presencia de Aquél en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (He 17, 28)


San Pío V, CCXXV Papa

 

 San Pío V, CCXXV Papa

San Pío V, CCXXV Papa
Abril 30

 Martirologio Romano: San Pío V, papa, de la Orden de Predicadores, que, elevado a la sede de Pedro, se esforzó con gran piedad y tesón apostólico en poner en práctica los decretos del Concilio de Trento acerca del culto divino, la doctrina cristiana y la disciplina eclesiástica, promoviendo también la propagación de la fe. Se durmió en el Señor en Roma, el día primero del mes de mayo (1572).

 Etimológicamente: Pío = Aquel que es piadoso, es de origen latino.
 Se le recuerda principalmente como “el Papa de la victoria de Lepanto”, no porque fuera un hombre belicoso, sino porque con su autoridad y con su prestigio personal logró imponer una tregua en las discordias caseras de los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la amenazadora avanzada de los turcos. El 7 de octubre la armada Cristiana obtuvo en las aguas de Lepanto una definitiva victoria contra la flota turca. Ese mismo día Pío V, que no disponía de los rápidos medios de comunicación de hoy, ordenó que tocaran todas las campanas de Roma, invitando a los fieles a darle gracias a Dios por la victoria obtenida.

 Michele Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas las etapas de una carrera excepcional: professor, prior del convento, superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa.

 Pío V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió, siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante.

 Condescendiente con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los católicos ingleses.

 Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI.
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 Fuente: Archidiócesis de Madrid

Santo Evangelio 30 de Abril de 2013



Autor: H. Cristian González | Fuente: Catholic.net
Cristo da su paz a los discípulos
Juan 14, 27-31. Pascua. En Cristo está nuestra paz, y con Él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?

Cristo da su paz a los discípulos
Del santo Evangelio según san Juan 14, 27-31

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.

Oración introductoria

Señor, mi corazón está hecho para vivir en paz y Tú eres la única, autentica, abundante y gratuita fuente de paz. Nada, ni el mundo, ni los problemas ni las dificultades pueden arrebatármela. Lléname de tu paz para poder difundirla en los demás.

Petición

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dame tu paz.

Meditación del Papa

Dios no pasa nunca y todos existimos en virtud de su amor. Existimos porque él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra "sombra". Nuestra serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se fundan precisamente en esto: en Dios, en su pensamiento y en su amor; no sobrevive sólo una "sombra" de nosotros mismos, sino que en él, en su amor creador, somos conservados e introducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, en la eternidad.
Es su amor lo que vence la muerte y nos da la eternidad, y es este amor lo que llamamos "cielo": Dios es tan grande que tiene sitio también para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir eternamente uno en el otro.Benedicto XVI, 15 de agosto de 2010.

Reflexión

Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que él considera más importantes.

Primero nos da su paz, y nos dice que no se turbe nuestro corazón porque "me voy pero volveré" y en otro pasaje: "yo estoy y estaré con ustedes, todos los días, hasta el final del mundo..." En él está nuestra paz, es más, él es nuestra paz, y con él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar?

Sólo nos podemos preocupar por aquello que afecte nuestra amistad con Él o nuestra salvación eterna, lo demás no es esencial. Sólo Dios, sólo Él.

Las últimas dos líneas de este pasaje son las más importantes: "...llega el príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre mí, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado". Dicho en palabras más claras, Cristo está diciendo que el demonio no tiene poder sobre Él, pero que va a morir en la cruz libremente porque quiere que aprendamos, que sepamos que lo más importante es amar a Dios, y amar es cumplir sus mandamientos, es obedecerle. Adán y Eva pecaron desobedeciendo, Cristo nos redimió obedeciendo, y obedeciendo por amor.

Propósito

Pedir al Espíritu Santo que me haga testigo y misionero fiel del amor y de la paz.

Diálogo con Cristo

Tu cercanía, Señor, en esta oración es causa de una paz y alegría inmensa, porque me siento amado, acompañado, sostenido. ¿Cómo agradecer tanto amor? Sí, lo sé, la paz y la alegría, cuando eres Tú la fuente, son expansivas, necesariamente y sin mérito propio, hacen también la diferencia en la vida de los demás. Qué don tan grande, ¡gracias!


lunes, 29 de abril de 2013

Consagración al Espiritu Santo






Consagración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagracion perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén

Tenemos muchos amigos, pero sólo un Amigo


Tenemos muchos amigos, pero sólo un Amigo


¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal.
Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net



Todos tenemos la tendencia a amar y sentimos la necesidad de ser amados.

¡Cuánto sufre una esposa cuando siente que su marido ya no la ama! ¡Cuánto les duele a los hijos cuando ven a sus padres separarse! Muchas veces el amar y el sentirse amado parecen sólo una ilusión.

Hay una Persona que satisface esta sed existencial del hombre. Él no quiere fallarnos, ni puede hacerlo. Es Jesús de Nazaret. Es la única persona que llena totalmente el corazón del hombre.

Él es el único amigo sincero, es el único amigo fiel, es el único que nos tiende la mano y nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la vejez, en la tumba y en la eternidad.

La imagen que nos da el Evangelio de Cristo es de un hombre fiel a sus amigos. Cuando Pedro le quiere disuadir de ir a Jerusalén para ser torturado y muerto, responde: ¡Apártate de mí, Satanás, pues tus caminos no son los de Dios!. Con estas palabras duras quiere corregir a su Apóstol, que no entiende el camino salvífico de la cruz. Pero Cristo fue tolerante y fiel a aquel que había escogido para ser el primer Papa de la Iglesia, pues le perdonó el haberle traicionado cobardemente durante la pasión; al hablar con él después de su resurrección le dijo: ¡Apacienta mis corderos y mis ovejas.!

Hace falta tener este tipo de amigo, que no nos deja nadar tranquilamente en el dulce charco de nuestra mediocridad, que no nos deja pisar la arena movediza de la comodidad.

Cristo exigió a la Samaritana el superarse cuando le dijo: ¡Mujer, vete y llama a tu marido!. Por medio de esta afirmación quería mover su conciencia, porque ella no tenía un marido, sino había tenido varios amantes. Algo semejante dijo a la mujer sorprendida en flagrante adulterio; los fariseos querían apedrearla, pero Cristo la salvó; al final le dijo: No te condeno, pero vete y no peques más.

Este Amigo quería lo mejor para sus amigos y por eso quiso salvarles de la muerte radical y definitiva, que es el infierno, y darles la vida radical y definitiva, que es el cielo. El mayor bien que se puede hacer a un amigo es ayudarle a salvar su alma.

¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal.

La amistad que Cristo nos ofrece supera las fronteras espacio-temporales. Él nos ama en esta vida y en la otra.

Me acuerdo que una señora, viuda, sin hijos, me dijo una vez: "Ya no tengo razón para vivir." Yo le contesté: "Lo siento mucho por Ud., señora, pues parece ser que nunca ha entendido el Evangelio. Evangelio significa buena nueva". La gran noticia que el Mesías nos comunicó es que Dios nos ama por medio de Cristo; lo mandó a este mundo para enseñarnos la Verdad y la Vida, pues Él es el Camino para conocer la Verdad y para adquirir la Vida. Cuando uno se da cuenta de esto, aún los sufrimientos más duros, sean físicos o morales, se relativizan, porque nos damos cuenta que hay una Persona que nos ama inmensamente.

Una vez tuve la ocasión de hablar con una muchacha que se había cortado las venas con la intención de acabar con su vida. Tenía sólo 16 años y todavía se podían ver las cicatrices de las cortaduras en sus muñecas. Ella me dijo: "Mis padres no me quieren. Nadie me quiere." Yo le hablé del amor inmenso de Dios hacia cada uno de nosotros. Ella se quedó muy consolada.

Cuando Pedro Bernardone, el padre de Francisco de Asís, lo echó fuera de casa y lo desheredó, el Santo se dio cuenta que tenía un Padre que no le podía fallar.

Tal vez éste sea el mensaje central y esencial del Evangelio: tenemos un Padre en el Cielo que nos ama apasionadamente y lo ha mostrado por medio de su Hijo Jesucristo.

Santa Catalina de Siena.- 29 de Abril



 Santa Catalina de Siena

 Patrona de Italia y de Europa

PALABRA DE DIOS DIARIA

Memoria de santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, que habiendo entrado en las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, deseosa de conocer a Dios en sí misma y a sí misma en Dios, se esforzó en asemejarse a Cristo crucificado y trabajó también enérgica e incansablemente por la paz, para que el Romano Pontífice regresara a la Urbe y por la unidad de la Iglesia, dejando espléndidos documentos llenos de doctrina espiritual (1380).

Etimológicamente: Aquella que es pura y casta, es de origen griego.

Lo que más maravilla en la vida de Santa Catalina de Siena no es tanto el papel insólito que desempeñó en la historia de su tiempo, sino el modo exquisitamente femenino con que lo desempeñó. Al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma, con palabras humanísimas como éstas: “¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”. A un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “¡a las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la vida duradera”.

Pero la voz sumisa de la mujer cambiaba de tono y se traducía frecuentemente en ese “yo quiero” que no admitía tergiversaciones cuando entraba en juego el bien de la Iglesia y la concordia de los ciudadanos.

Catalina nació en Siena (Italia) el 25 de marzo de 1347 y era la vigésimo cuarta hija de Santiago y Lapa Benincasa. A los siete años celebró su místico matrimonio con Cristo. Esto no se debió a fantasías infantiles, sino que era el comienzo de una extraordinaria experiencia mística, como se pudo comprobar después . A los quince años entró a la Tercera Orden de Santo Domingo, comenzando una vida de penitencia muy rigurosa. Para vencer la repugnancia hacia un leproso maloliente, se inclinó y le besó las llagas.

Como no sabía leer ni escribir, comenzó a decir a varios amanuenses sus cartas, afligidas y sabias, dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Su valiente compromiso social y político suscitó no pocas perplejidades entre sus mismos superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta.

En Siena, en el recogimiento de su celda, dictó el “Diálogo sobre la Divina Providencia” para tributar a Dios su último canto de amor. En los comienzos del gran cisma aceptó el llamamiento de Urbano VI para que fuera a Roma. Aquí se enfermó y murió rodeada de sus muchos discípulos a quienes recomendó que se amaran unos a otros. Era el 29 de abril de 1380: hacía un mes que había cumplido 33 años.

Fue canonizada el 29 de abril de 1461. En 1939 fue declarada patrona de Italia junto con San Francisco de Asís, y el 4 de octubre de 1970 Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia, y el 1 de Octubre de 1999 S.S. Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa.

Además Santa Catalina tiene los siguientes patronatos:
° contra los incendios;
° contra los males corporales;
° contra la enfermedad;
° contra los abortos involuntarios;
° contra las tentaciones;
° Allentown, Pennsylvania;
° para la prevención de incendios;
° de los bomberos;
° de las enfermeras;
° de las personas ridiculizadas por su piedad;
° de los enfermos.

Santo Evangelio 29 de Abril de 2013

 


Autor: H. Cristian González | Fuente: Catholic.net
Voy a mandar al Espíritu Santo
Juan 14, 21-26. Pascua. ¿Qué gracia más grande podemos pedir? ¡Tenerle a él dentro de nosotros! Es una experiencia única. No nos la podemos perder.

Voy a mandar al Espíritu Santo
Del santo Evangelio según san Juan 14, 21-26


El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas -no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Oración introductoria

Jesucristo, Señor y Dios mío, te amo, quiero cumplir siempre tu Palabra y mi corazón está abierto para que hagas en él tu morada. Permite que este rato de meditación esté centrado en Ti, que no consienta distracciones ni me cierre a escuchar lo que hoy me quieres decir.

Petición

Espíritu Santo, hazme sentir tu voz para permanecer en Ti y ser testigo de tu amor.

Meditación del Papa

El Evangelio nos ofrece un retrato espiritual implícito de la Virgen María, donde Jesús dice: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". Estas expresiones van dirigidas a los discípulos, pero se pueden aplicar en sumo grado precisamente a aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. En efecto, María fue la primera que guardó plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino antes aún como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y en ella puso su morada la Santísima Trinidad. Además, donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra suya y a comprenderla profundamente, ¿cómo no pensar en María que en su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia. (Benedicto XVI, 9 de mayo de 2010).

Reflexión

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.

Y entonces Judas le dice que por qué no se manifiesta también al mundo y no sólo a ellos. ¡Qué respuesta de Cristo! No me manifestaré sólo a ustedes sino a todo aquel que me ame, es decir que guarde mis mandamientos por amor, y no sólo me manifestaré sino que además vendré a él y haré morada en él...

¿Qué gracia más grande podemos pedir? ¡Tenerle a él dentro de nosotros! Es una experiencia única. No nos la podemos perder. Es la mejor oferta que alguien te puedo hacer. Pues, ¿quién puede ofrecernos algo mejor que Dios mismo habite en nuestra alma? Es tanto como adelantarnos y vivir el cielo por anticipado, y eso sí que es excepcional, una vida terrena llena de cielo y por si fuera poco, una eternidad vivida junto a Él. Lo único que tienes que hacer para vivir así, con sabor a cielo, es guardar sus mandamientos, vivir amando a Dios sobre todas las cosas.

La verdad es que no es fácil, amar a Dios sobre todas las cosas, no es fácil, pero llena el alma de felicidad. Es un camino difícil pero no complicado, Cristo lo ha caminado primero y está dispuesto a caminarlo contigo otra vez. Cuando te cueste, cuando te parezca imposible, mira a Cristo crucificado, y está seguro de que su amor es suficiente para darte fuerzas. Entre los que somos cristianos, el desaliento, la desesperanza, no caben, porque sabemos que si es verdad la primera parte, cruz, sufrimiento, dolor... no es menos verdad la segunda, felicidad, resurrección, esperanza, amor...

Con inmensa emoción deberíamos recibir las palabras de Cristo en este evangelio. ¡Lo tenemos en el corazón! Sí, lo tenemos, cuando estamos en vida de gracia, cuando lo amamos cumpliendo sus mandamientos.

En la vida hay cosas que son esenciales, como por ejemplo: amar, es más, es lo esencial, pues al final de la vida nos van a juzgar de lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres, dicho en otras palabras, nos van a juzgar de cuánto hayamos amado... Sí, hay que amar, es maravilloso, para eso fuimos creados, para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Y ahí tenemos el camino: Guardar sus mandamientos.

Propósito

Imitar la humildad y la discreción que caracterizaron la vida de María.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por darme una madre como María, modelo de fe y fidelidad. Ella si supo acogerte en todo su ser. ¿Se asemeja mi disposición en la oración a la de María? ¿Mi trato, especialmente con mi familia, en este domingo, será un reflejo del estilo de vida de María? Contigo, lo fácil y lo difícil, es posible, por eso te pido que me ayudes a cumplir en cada momento tu voluntad.

domingo, 28 de abril de 2013

Mi Señor y mi Dios


Oh amabilísimo Señor, estoy aquí presente delante de ti con una viva fe y una particular confianza ya que tú con tanto amor te has acercado a mí y te has dado a mí totalmente en modo admirable. ¿Qué cosa no puedo y no debo esperar de tu bondad?

Sí, yo espero, y lo espero sin duda, que habiéndote donado totalmente a mí en este sacramento por mi salvación, por mi proyecto espiritual, por mi perseverancia en la virtud y en la perfección cristiana, tú no me negarás nada de lo que necesitaré y podrá contribuir a mi satisfacción.

Espero que como Mediador, Sacerdote y Victima, por  medio de quien podemos entrar en presencia del Padre Eterno, Tú, me reconcilies con Él, a quien he ofendido tantas veces y en modo grave.

Espero que Tú, como Pan bajado del cielo, vivo y vivificante, nutriéndome de tu Carne y de tu Sangre, me transformarás todo en ti, reinarás en mí, y según tu promesa, abras cuidado que yo en el futuro no viva sino por ti, así como tú no vives sino por tu Padre Eterno.

Finalmente, espero que Tú como gran médico que encarnándote has venido al mundo, donde aún habitas para la sanación de nuestros males, te dignaras concederme, por medio de tu sacrificio y de tu sacramento, la virtud de tus sufrimientos, de tus languideces y de tus llagas. De esta tu Eucaristía es monumento, así como es expresión real de las cicatrices que conse4rvas aún en medio de la gloria, para fortalecer mi alma y mi cuerpo: Haz, oh mi  gran Jesús que esta virtud divina venga todavía  sobre todas las potencias de mi alma y en todas las facultades de mi cuerpo: en mi intelecto para fortalecer y acrecentar mi fe; en mi corazón para separarlo de todas tus criaturas y para inflamarlo con tu santo Amor; para reprimir los movimientos  de mis malas pasiones y para someterlas a las leyes  de la razón y de tu gracia.

Venga finalmente sobre todos mis sentidos y sobre todos los miembros de mi cuerpo, para anonadar en él las rebeldías y los malos deseos.

OH señor, si tú quiere, puedes purificarme y sanarme de todos mis males por medio de este divino Misterio. Yo lo espero de tu infinita bondad y misericordia y por lo pronto invito a todo el mundo a alabarte, adorarte, agradecerte en cada momento en el Santísimo y Divinísimo Sacramento



Amén.

San Luis María Grignon de Monfort.- 28 de Abril




28 de abril 

SAN LUIS MARIA GRIGNON DE MONTFORT

 († 1716) 

Es el apóstol por excelencia de la Santa Esclavitud de María, o de la Perfecta Consagración a la Santísima Virgen, según la fórmula por él popularizada: "Por María, con María, en María, para María".

 Nació el 31 de enero de 1673 en Montfort (Bretaña francesa), no lejos de la ciudad de Rennes. Fueron sus padres Juan Bautista Grignon y Juana Robert de la Biceule. Bautizado con el nombre de Luis el 1 de febrero en la iglesia parroquial de San Juan, hizo su primera comunión en el vecino pueblo de Iffendic. El nombre de "María" le tomó en la confirmación.

 Ocho años de estudios, hasta el primero de teología inclusive, en el colegio de los padres jesuitas de Rennes (1685-1693), donde fue congregante mariano y trabó amistad con sus compañeros Juan Bautista Blain y Claudio Poullart des Places; y otros ocho en París (1693-1700) completando los estudios de teología y preparándose para el sacerdocio a la sombra del seminario de San Sulpicio. El 5 de junio de 1700 era ordenado sacerdote, y poco después, en el altar de Nuestra Señora de San Sulpicio, que muchas veces, con cariño filial, había él adornado, decía su primera misa: "como un ángel”, en expresión de su amigo Blain.

 Su gusto hubiera sido consagrarse a la evangelización de los infieles en las misiones extranjeras; pero su director, el señor Leschassier, que lo era de San Sulpicio, tenía otros planes. Los jansenistas de Nantes monopolizaban por entonces la enseñanza en aquella ciudad. Dueños de la Universidad, habían logrado, además, eliminar del Seminario Mayor a los sacerdotes de San Sulpicio. Para contrarrestar su influjo en el clero, un santo sacerdote, Rene Léveque, de la diócesis de Nantes, en unión con uno de los arcedianos de la misma, el señor Jonchéres, había fundado una asociación de celosos sacerdotes, que formaron la Comunidad de San Clemente, así llamada de la parroquia a que fueron adscritos. El señor Jonchéres se encargó del Seminario y el señor Lévéque de la Comunidad. Como auxiliar de este último, ya anciano, era enviado a Nantes Montfort. La estancia iba a ser para él durísima. En el Seminario, se había infiltrado el espíritu jansenista en la persona del profesor Lanoë-Menard, y, obligada a oír sus conferencias, se había contagiado también la Comunidad de San Clemente. Muy pronto se dio cuenta Montfort de aquel ambiente, irrespirable para un fervoroso hijo de la Iglesia romana.

 Providencialmente Dios le sacó pronto de aquella casa, encaminándole a Poitiers, donde le esperaban no ligeras cruces, pero donde encontraría a la que años adelante, bajo su dirección, sería la fundadora de las Hijas de la Sabiduría, María Luisa Trichet, hija del primer magistrado de aquella ciudad. Nombrado capellán del hospital de Poitiers, por tres veces Fue despedido malamente de él. En una de estas ocasiones se trasladó a París. Destrozado del viaje, hecho como siempre a pie, se acogió al hospital de La Salpêtriére, en el cual, escribía él, se encontró con 5.000 pobres enfermos. Apenas repuesto un poco, había comenzado a ejercitar allí el oficio de enfermero con la misma heroica abnegación que en Poitiers, cuando un día, al sentarse a la mesa, encontró bajo su cubierto una esquela en que se le despedía. Y allí quedaba sin asilo y sin pan en medio de la ciudad inmensa. El pan se lo dieron de limosna las benedictinas del Santísimo Sacramento, y, por fin, bajo una escalera en la calle del Pot-de-fer, halló un cuchitril donde cobijarse. En este rincón se cree que escribió su primer libro; El amor de la sabiduría eterna, y en este inmenso desamparo fue donde comenzó a planear la fundación de la Compañía de María, poniéndose al habla con su antiguo condiscípulo Poullart des Places.

 Vocación definitiva de Montfort era la de misionero popular. En el mismo Poitiers dio ya con gran fruto cuatro o cinco misiones; pero, en vista de las dificultades que se le presentaban en aquella y en otras diócesis de Francia, pensó de nuevo en las misiones de ultramar, y con este intento se encaminó a Roma para pedir la bendición del Papa. El 6 de junio de 1706 era recibido en audiencia por Clemente XI, el debelador del renacido jansenismo, que le mandó quedarse en Francia. Para autorizar sus misiones le concedió el título de misionero apostólico.

 En los diez años escasos que le quedan de vida Montfort misionará, primero en medio de grandes contrariedades, en las diócesis de Rennes (1706), de Saint Malo y de Saint Brieuc (1707-1708) y en la de Nantes (1708-1711). Sólo los cinco últimos años (1711-1716) trabajará con alguna tranquilidad en las diócesis de La Rochela y de Lujon, cuyos prelados no se habían doblegado al jansenismo. En estos últimos años, sobre todo, se esforzará por formar sus Congregaciones religiosas.

 Una de las grandes tribulaciones de la primera etapa (1706-1711), tal vez la mayor de toda su vida, fue la demolición ordenada por Luis XIV, siniestramente informado, del grandioso Calvario de Pontchateau, en que, durante quince meses, dirigidos por Montfort, habían trabajado más de 20.000 obreros. Las misiones en las diócesis de La Rochela y de Luon fueron en conjunto triunfales, aunque no sin cruces: "Ninguna cruz: ¡que gran cruz!", solía decir el Santo.

 En las afueras de La Rochela, y en una ermita llamada de San Eloy, fue donde compuso las Reglas de las Hijas de la Sabiduría, y también, según se cree, el tratado de la verdadera devoción. Allí, una vez más, sintió la necesidad de reclutar un escuadrón de sacerdotes que se dedicaran a misionar por los pueblos. Tal vez allí brotó de sus entrañas la llamada justamente oración abrasada.

 Un viaje a París en el verano de 1713 buscando candidatos para la Compañía de María en el seminario fundado por su condiscípulo Poullart, y otro a Rouen, en el de 1714 para invitar a su amigo Blain, canónigo en aquella catedral, a que se le uniera en el proyecto de esta fundación. A la vuelta de este viaje se detuvo unos días en Nantes, en la casa de los "Incurables" por él fundada; y en Rennes, el último día de unos ejercicios hechos en su antiguo colegio, escribió la encendida carta a los amigos de la cruz.

 Vuelto a La Rochela, se ocupó, sobre todo, en organizar las escuelas de caridad, y fue allí donde, llamadas por él, vinieron a encontrarle sus hijas, María Luisa Trichet y Catalina Brunet —otra joven vivaracha de Poitiers—, para ponerse al frente de las escuelas de niñas, que se llamarían Escuelas de la Sabiduría.

 Pero se acercaba el fin de su vida —el había presentido y aun predicho que moriría antes de acabarse aquel año 1716—; y las fundaciones por que tanto había suspirado apenas estaban esbozadas. Había que alcanzar del cielo su desarrollo; y acudió a Nuestra Señora de Ardillers. Postrado a sus plantas se sintió escuchado. Ya podía morir.

 Su última misión fue la de San Lorenzo de Sévre. Pudiera decirse que la muerte le asaltó en el púlpito, predicando el último día por la tarde ante su gran amigo el obispo de La Rochela. El 27 de abril, después de dictar su testamento en el que pedía que su corazón fuera enterrado bajo la tarima del altar de la Santísima Virgen, entregaba su espíritu al Señor. Tenía cuarenta y tres años y tres meses. No menos de 100.000 personas de la comarca acudieron a venerar los restos de su apóstol

 Apenas ha podido entreverse por lo dicho aquí la eficacia extraordinaria de su palabra evangélica. Debíase esta eficacia, desde luego, a la gracia divina, que el Santo alcanzaba muy principalmente por intercesión de la Virgen Santísima. Junto con el crucifijo llevaba él siempre consigo una estatuita de Nuestra Señora, que instalaba en su habitación, en el confesonario, en el púlpito... en todas partes: Era la "Reina de los Corazones". A los ojos del pueblo, su vida penitente, su pobreza en el vestir, su espíritu de oración, su modestia constante, le conciliaban la veneración de todos. Venía sobre esto la predicación sabia y ardiente. Al mismo tiempo Montfort era maestro, en utilizar toda clase de recursos populares. Hasta siete procesiones, nos dice su contemporáneo Grandet, organizaba en cada misión. Especial solemnidad revestía la de la renovación de las promesas del bautismo. Otro elemento capital en todas sus misiones eran los cánticos. Son unos 24.000 los versos compuestos por él, que abarcan todos los temas usuales en las Misiones.

 Nada podemos decir aquí del desarrollo que, por fin, han logrado sus fundaciones religiosas. En cuanto a sus libros, ya se indicó la difusión inmensa que han tenido El secreto de María y la Verdadera devoción. Esos y los demás pueden verse en la edición española de la B. A. C., vol. III (1954), donde se hallará, en la introducción, la bibliografía que puede desearse. El 22 de enero de 1888 el siervo de Dios fue beatificado por León XIII; y el 20 de julio de 1947 canonizado por Pío XII.

 CAMILO Mª. ABAD, S. I.

San Pedro Chanel.- Sacerdote y mártir.- 28 de Abril




28 DE ABRIL SAN PEDRO CHANEL SACERDOTE Y MÁRTIR


Futuna es una pequeña “expresión geográfica”, una de las islas Fiji, señalada en los mapas con un punto entre el ecuador y el trópico de Capricornio en el inmenso océano Pacífico. Hoy es una posesión francesa, meta de turistas amantes de lo exótico. Los habitantes son católicos y viven una vida pacífica. Pero hace 140 años, precisamente el 12 de noviembre de 1837, cuando desembarcó allí el misionero marista Pedro Chanel, junto con un compañero laico, la isla estaba dividida por dos tribus continuamente en guerra. 

Sólo la valentía y la caridad de un hombre de Dios podían escoger esta meta con todos los riesgos que conllevaba. En efecto, Pedro Chanel concluyó aquí su aventura de evangelizador, asesinado a golpes de garrote y hacha el 28 de abril de 1841 por el yerno del jefe de la tribu Musumusu, enfurecido porque entre los convertidos al cristianismo se encontraban algunos miembros de su familia. 

Pedro Chanel había nacido en Cuet (Francia) el 12 de julio de 1803. A los doce años, por invitación del celoso párroco Trompier, comenzó los estudios sacerdotales, y en 1824 entró al seminario mayor de Bourg, en donde tres años después fue ordenado sacerdote. 

Hubiera querido ir inmediatamente a tierra de misión, pero el ordinario del lugar tenía mucha necesidad de sacerdotes. Fue coadjutor en Amberieu y en Gex, en donde se unió a un grupo de sacerdotes diocesanos, los maristas, que en el mismo ámbito parroquial vivían el ideal misionero bajo la guía del Padre Colin. La Sociedad de María, aprobada por el Papa en 1836, contó entre sus primeros miembros al Padre Chanel, que ese mismo año se embarcó en Le Havre hacia Valparaíso, con destino a Oceanía. Cuando la nave llegó a Futuna, se invitó al Padre Chanel a permanecer ahí con el compañero laico Nicezio, que tenía veinte años. 

Fue lenta y paciente la tarea de penetración en el pequeño mundo de esa gente tan distinta en costumbres de vida y en mentalidad. Pero el anuncio del Evangelio fue calando en las jóvenes generaciones.

Este éxito suscitó al mismo tiempo la hostilidad de las viejas generaciones. El tributo de sangre de Pedro Chanel fue el precio para abrir finalmente las puertas a la evangelización de toda la isla. El nuevo mártir cristiano, beatificado el 7 de noviembre de 1889, fue canonizado el 12 de junio de 1954 y declarado patrono de Oceanía.

María la Virgen trabajadora




María, la Virgen trabajadora
Las manos de María tenían la belleza que se refleja cuando han trabajado, consolado, se han tendido abiertas a los demás. 
Autor: El paraíso de Nazaret | Fuente: El paraíso de Nazaret

Siempre que pienso en el trabajo, me viene a la mente lo que San Pablo escribió al enterarse de que había algunos por ahí que se dedicaban a hacer el vago: "el que no trabaje, que no coma". Bien dicho.

Desde que nuestros primeros padres tuvieron la desgracia de pecar, toda su parentela hemos tenido que cargar con las consecuencias. Una de ellas fue precisamente aquel: "comerás el pan con el sudor de tu frente". Todos quedamos sometidos a la ley de trabajo y la fatiga.

Pero resulta que no todos los humanos han nacido con el pecado original. Hay dos excepciones: Jesús y María. Y en justicia, ninguno de los dos tenía que haberse ganado el pan con el sudor de su frente. Sin embargo, ambos prefirieron no reclamar para sí ese privilegio. Decidieron someterse al trabajo y al cansancio que conlleva. Y vaya si trabajaron y se agotaron durante su vida...

Así es, María fue muy trabajadora. Lo atestiguan claramente sus manos. Las manos de María.

Manos de una ama de casa. La primera en levantarse y la última al acostarse. Manos de mujer a la que -como suele decirse- "le faltaban manos" para todos los quehaceres propios (y también ajenos); y a la que se le quedaba corto el día con sus 24 horas por todo lo que metía en él.

Manos repletas de tantas cosas grandes y pequeñas, muy pequeñas, de las que depende la felicidad y el bienestar de un hogar, de un barrio, de un pueblo.

María, seguramente, no tenía demasiado tiempo para andar cuidándose y arreglandose las manos. (Cuánto tiempo dedican hoy algunas mujeres a arreglarse las manos...) Cuánto tiempo gastamos nosotros en preocuparnos nada más que de nosotros mismos. Y cuántas cosas dejamos de hacer por eso. Se nos van de las manos tantas posibilidades por no haber sido capaces de mover ni un dedo...

No me apena afirmar que las manos de María no eran tan bonitas como otras. Pero sí eran mucho más bellas. Las manos de María tenían toda esa belleza que se refleja en las manos que han trabajado, que han consolado, que se han tendido abiertas a los demás sin tregua ni medida.

Las manos de María lucían toda esa belleza más espiritual que transpiran las manos de una esposa y de una madre que trabaja con ellas. Esa belleza que poseen las manos femeninas que han hecho, precisamente por trabajar, el sacrificio de parecer menos bonitas.

Sí, sin duda eran las manos de una verdadera Reina, de una auténtica Señora; que ahora se elevaban hasta acariciar al mismo Dios y, poco después, andaban entre los pucheros, la ropa sucia, o dándole a la escoba y al trapeador... Admirable contraste: de traer entre manos lo más elevado y puro (el Hijo mismo de Dios), a estar arreglando las cosas rotas, sucias y sencillas de los hombres.

Manos hechas al trabajo, al agua fría del lavandero del pueblo, a la limpieza de la casa, a lijar y mover maderas ayudando a José... Pero manos que nunca perdieron por eso su finura encantadora.

Manos, por tanto, laboriosas, aplicadas, usadas... Pero sin dejar de ser bellas, tiernas y delicadas. Que sabían también lavar y peinar y acariciar a un Niño que era Dios, su Hijo.

Manos abiertas y disponibles a las necesidades de todos; de los vecinos, de los enfermos, de los marginados de su sencilla aldea de Nazaret. Manos que tocaron muchas puertas para ofrecer ayuda, y muchas llagas para curarlas y vendarlas. Manos discretas, llenas de bondad generosa y callada. Nunca su derecha no supo lo que hacía su izquierda. Por eso esa labor en favor de los otros valía el doble, pues lo hacía oculto.

Manos por las que pasaban otras realidades además de las materiales. Por las manos de María pasaban diariamente quintales de gracias de Dios para otras almas. Manos que daban gloria a Dios en cada trabajo sencillo y humilde. Manos que siguen trabajando sin descanso y a través de las cuales nos llegan copiosas todas las gracias de Dios para cada uno de nosotros.

Y nuestras manos, las manos de sus hijos, ¿cómo están nuestras manos? ¿Las usamos, las empleamos para la gloria de Dios? "¿Nos manchamos las manos?" Es decir, ¿trabajamos, nos esforzamos, nos metemos a fondo en todo lo que tenemos que hacer cada día? ¿Nos manchamos las manos en el trabajo? ¿Nos las manchamos en los propios estudios? ¿Nos las manchamos en obras de caridad y misericordia para con los necesitados? O quizá se nos puede aplicar eso de que "tiene las manos tan limpias, que no tiene manos".

Sí, nuestras manos, que son nuestros talentos, nuestras cualidades, los denarios que Dios nos ha entregado para negociar con ellos, para ponerlos a producir para el bien y provecho de los demás. A lo mejor los tenemos sin estrenar, nuevecitos, enterrados bajo tierra, bien envueltos en un pañuelo. Pero, sin dar gloria a Dios, sin ganar méritos, sin producir fruto para nadie. Ahí están, bien sepultados, a ver si florecen por generación espontánea...

Es una lástima que muchas veces no nos parezcamos más a nuestra Madre María, la Virgen de las manos trabajadoras. Nosotros, tantas veces, en vez de "ensuciarnos las manos", nos las lavamos. Nos "lavamos las manos" ante nuestros deberes y responsabilidades personales como hombres y como cristianos. Le sacamos el bulto. Nos desentendemos. Y tristemente, lavándonos las manos, nos ensuciamos la conciencia.

Abramos los ojos a todo lo que podemos hacer en casa y fuera de ella también. No seamos fáciles en pensar que no hay tiempo para más cosas. No nos engañemos, cuando se tienen muchas cosas que meter en él, el día tiene cien bolsillos. Sólo el que se los busca los encuentra.

El trabajo digno y humano no mata, no. Lo que sí mata es la ociosidad y la pereza. El trabajo es salud y vida que se dona a los demás. Bien lo sabe María, siempre trabajadora y dispuesta a hacer más por los demás con una sonrisa envidiable. Bien lo saben tantos hombres y mujeres que minuto a minuto desgastan con alegría su vida y sus manos en un trabajo fecundo mucho más allá de las fronteras del propio egoísmo.

Qué diverso sería nuestro mundo si cada uno de nosotros fuésemos más como María, la Virgen trabajadora. Ojalá que nunca olvidemos que no podemos matar el tiempo, sin herir la eternidad. La nuestra y también la de otros...


Preguntas o comentarios al autor
P. Marcelino de Andrés

Santo Evangelio 28 de Abril de 2013




Autor: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
La novedad de este mandamiento
Juan 13, 31-35. Pascua. El mandamiento que Cristo nos dejó es "nuevo" porque está todavía sin estrenar, y si realmente lo viviéramos, el mundo sería mucho mejor.


Del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33ª, 34-35


Cuando salió, dice Jesús: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. 

Oración introductoria 

Señor, soy privilegiado al poder tener este rato de oración contigo. Consciente de mis fallas, confío en tu misericordia y en tu amor. Te ofrezco mi mente abierta y dispuesta a escuchar lo que hoy me quieres decir, para que así se encienda en mí el fuego de tu amor divino y pueda amar a los demás como Tú me has amado. 

Petición 

Jesús, concédeme amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. 

Meditación del Papa 

Meditad la Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir "arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe". El Año de la fe será una ocasión para descubrir el tesoro de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. "Amaos unos a otros como yo os he amado". En esto reside el testamento de Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor. Por tanto, Cristo os invita a hacer como Él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor. (Benedicto XVI, 15 de septiembre de 2012). 

Reflexión 

Muchas veces he escuchado decir que el mandamiento que Cristo nos dejó en la Última Cena es "nuevo" porque está todavía sin estrenar, y que si los cristianos y la gente de buena voluntad realmente lo viviéramos, el mundo sería mucho mejor, más humano y feliz. 

Es verdad. Pero tampoco seamos tan pesimistas y digamos que "está todavía sin estrenar". Gracias a Dios, hay muchos buenos cristianos que viven el mandamiento de la caridad y, gracias a ellos, el mundo no es más cínico y cruel de lo que ya es. Gracias a los santos y al testimonio de tantos hombres y mujeres, todavía podemos vivir en este mundo con alegría y esperanza: ¡porque aún existe el amor! 

Y tenemos tantísimos ejemplos de esta gran verdad. Lo que pasa es que la gente buena no hace noticia. Sólo los escándalos, las guerras, las injusticias y el mal encuentran eco en la prensa y en los medios masivos de comunicación, salvo muy raras excepciones. Nos gusta leer chismes y noticias "amarillistas". Pero no olvidemos que existen legiones enteras de cristianos que se dedican a sembrar el bien y a repartir amor por doquier sin esperar ninguna recompensa. ¡Gracias al cielo! 

¿Qué sería del mundo sin las hijas de la caridad de la Madre Teresa de Calcuta? ¿O sin tantas almas buenas que se pasan la vida entera sirviendo a los pobres, a los enfermos, a los huérfanos, a los marginados y a los moribundos en todos los rincones del planeta: en los hospitales, en las cárceles, en los asilos, en las barricadas, en los campos de refugiados, en las escuelas y en las parroquias, lo mismo de las grandes metrópolis de Occidente que de las tierras de misión y los suburbios del tercer mundo? 

Recordemos hoy el maravilloso testimonio de tantos sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas y laicos del pueblo de Dios que se desviven por ayudar a aquellos que no son nada a los ojos del mundo y de la sociedad opulenta, egoísta y utilitarista del siglo XXI. ¡Tenemos muchos santos en nuestra Iglesia Católica, de todas las épocas de la historia, que han sido verdaderos mártires de la caridad cristiana! Por citar sólo algunos nombres conocidos, allí están Francisco y Clara de Asís, Juan de Dios, Vicente Ferrer, Francisco de Sales, Juana de Chantal, Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Isabel de Hungría, Don Bosco, Maximiliano María Kolbe, el Padre Damián, Charles de Foucald y tantísimos otros hombres y mujeres cuya lista sería interminable... San Felipe Neri, fundador del Oratorio, se dedicaba a educar en la fe a niños y adolescentes pobres que recogía de la calle y los llevaba a su casa o a la parroquia para atenderlos en sus necesidades materiales. Pero tenía que hacer con frecuencia diversos recorridos por la ciudad para pedir limosna y poder proveer a sus muchachos del alimento necesario. En una ocasión, recibió una agria negativa de parte de un señor muy rico. Como el santo sabía que ese hombre poseía bastantes riquezas, insistió y volvió a tocar la puerta de la casa. El señor salió molesto y furioso, lo insultó y lo escupió en la cara. San Felipe, sin inmutarse, se limpió el rostro y le dijo: "Bien, eso ha sido para mí. Y qué me va a dar para mis muchachos?" 

Aquí tenemos otro ejemplo de lo que es la auténtica caridad cristiana, que sabe servir, ayudar al necesitado, perdonar las ofensas y seguir amando, sin guardar odios ni resentimientos. Porque la caridad que Cristo nos enseñó es hacer el bien sin esperar recompensa. Así tendremos un gran premio en el cielo y seremos hijos de nuestro Padre celestial, que es bueno con todos, también con los malos y los ingratos. 

Se cuenta una bella historia de san Hugo, obispo de Grenoble. Se retiraba de vez en cuando a la Cartuja Mayor para vivir, bajo la guía de san Bruno, como un religioso más. En cierta ocasión le tocó ser compañero de celda de un monje llamado Guillermo -es costumbre, como se sabe, que los cartujos vivan de dos en dos en cada habitación-. Pues fray Guillermo se quejó amargamente del obispo ante san Bruno. )Cuál fue su queja? Que, con gran pesar suyo, el santo obispo realizaba las faenas más humildes y penosas, y se portaba no como compañero, sino como criado, prestándole los servicios más bajos. Por ello, rogó instantemente a san Bruno que moderara aquella humildad y solicitud del santo obispo y diera orden de que las labores humildes de la celda fuesen compartidas igualmente por los dos. San Hugo, a su vez, suplicaba también con insistencia a san Bruno que le permitiera satisfacer su devoción y entregarse con solicitud al servicio de su hermano. Tales son las contiendas de los santos. 

Nuestro Señor nos dijo que la caridad sería la señal con la que nos distinguirían que somos realmente sus discípulos. ¿A cuántos de nosotros se nos distingue, efectivamente, por la práctica de esta virtud? 

Y es que la caridad es como el resumen y la culminación de muchísimas otras virtudes. No en vano nuestro Señor la llamó "su mandamiento nuevo", la plenitud de la Ley, el primero y el más grande de todos los mandamientos, hasta el punto de equipararla con el amor a Dios, ya que, como nos recuerda san Juan: "Si uno dice amar a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve" (I Jn 4, 20). Y Jesús nos dijo que lo que hiciéramos a uno de éstos, sus humildes hermanos, lo habríamos hecho a Él en persona. (Mt 25, 40). 

San Pablo, por su parte, nos recuerda que "la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera… Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (I Cor 13, 4-7.13). 

La caridad es perdón, es comprensión, es bondad de corazón; es incapaz de negar nada y está siempre atenta para prestar un servicio a los demás. La caridad no piensa mal, no habla mal, no quiere mal a nadie, ni siquiera a nuestros enemigos o a los que nos ofenden y maltratan. 

¡Qué hermosa virtud, pero cuánto heroísmo requiere en ocasiones, cuánta abnegación nos exige y cuánto olvido de nosotros mismos para ayudar a nuestros prójimos! 

Propósito 

Pidamos al Señor la gracia de asemejarnos cada día más a Él, amando a los demás como Él nos amó a nosotros hasta el punto de entregar su vida y derramar toda su sangre por nosotros. Si somos cristianos, procuremos vivir como Él vivió. En esto conocerán que somos discípulos suyos. 

sábado, 27 de abril de 2013

A la sombra de María




A la sombra de María

Padre Tomás Rodríguez Carbajo


Decios a veces de las personas, que tiene buena o mala sombra, no porque su paso junto a nosotros nos proporcione un bien o un mal, sino que nos referimos a un trasfondo que se respira en su actuar.

Si esta manera de hablar la aplicamos a María, tenemos que decir que tiene buena sombra, pues su manera de actuar está siempre guiada por la voluntad de Dios, su vida es un continuo “hágase tu voluntad”, a sí vemos cómo los resultados han sido siempre muy beneficiosos, pues, Ella es la corredentora, la Madre de la divina gracia.

Los que estaban alrededor de María, siempre encontraban en Ella su amor traducido a versiones distintas según las circunstancias: En ayuda servicial a Isabel, en salida airosa para los novios de Caná, en ejemplo a imitar al escuchar y practicar la Palabra de Dios, en entereza al afrontar el sufrimiento camino del Calvario, en aglutinante para los miembros de la primera comunidad apostólica.

La sombra benefactora de María sigue actuando sobre nosotros, su condición de Medianera de todas las gracias hace que su acción consoladora llegue a todos  y cada uno, pues, une en perfecta armonía su maternidad de los hombres y de Dios, debido a esta última tiene vara alta para conseguir todo lo que necesitamos sus hijos pecadores.

A su sombra el caminar fatigoso se hace más llevadero, el hastío de la rutina se suaviza, el hielo de la tibieza se derrite, la cuesta de la tentación la conseguimos alcanzar sin haber tropezado ni caído.

Acogidos bajo el amparo maternal de Nuestra Señora nuestro caminar es firme y seguro. Nadie ha acudido a Ella que quede defraudado, cada uno tenemos nuestra experiencia para confirmarlo.

Siempre que vayamos junto a Ella en nuestro cotidiano caminar nos sabemos seguros y tranquilos, pues, estamos protegidos por la sombra de María, quien siempre la tiene buena, pues, como Madre que es, se guía por el amor.

Letanía a la Sangre de Cristo


LETANIA A LA SANGRE DE CRISTO

El Papa Juan XXIII pidió que se extendiera cada día más el Culto a la Preciosísima Sangre de Jesucristo.

Señor, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo, óyenos.
Señor Jesucristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Sangre de Cristo, Sangre del Unigénito del Padre Eterno: Sálvanos.
Sangre de Cristo, Sangre del Verbo Encarnado: Sálvanos.
Sangre de Cristo, corriendo a la tierra en la agonía: Sálvanos.
Sangre de Cristo, brotando en la flagelación: Sálvanos.
Sangre de Cristo, emanando en la coronación de espinas: Sálvanos.
Sangre de Cristo, derramada en la Cruz: Sálvanos.
Sangre de Cristo, el precio único de nuestra salvación: Sálvanos.
Sangre de Cristo, sin la cual no hay perdón: Sálvanos.
Sangre de Cristo, en la Eucaristía bebida y baño de las almas: Sálvanos.
Sangre de Cristo, río de Misericordia: Sálvanos.
Sangre de Cristo, vencedora de los demonios: Sálvanos.
Sangre de Cristo, fortaleza de los mártires: Sálvanos.
Sangre de Cristo, fuerza de los confesores: Sálvanos.
Sangre de Cristo, que engendra vírgenes: Sálvanos.
Sangre de Cristo, constancia de los tentados: Sálvanos.
Sangre de Cristo, alivio de los enfermos: Sálvanos.
Sangre de Cristo, consuelo de los que lloran: Sálvanos.
Sangre de Cristo, esperanza de los que hacen penitencia: Sálvanos.
Sangre de Cristo: alivio de los moribundos: Sálvanos.
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones: Sálvanos.
Sangre de Cristo, prenda de la Vida Eterna: Sálvanos.
Sangre de Cristo, que libera a las almas del lago del Purgatorio: Sálvanos.
Sangre de Cristo, dignísima de toda gloria y honor: Sálvanos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: Ten Misericordia de nosotros.
Señor, Tú nos redimiste en tu Sangre, e hiciste de nosotros un Reino para Dios y Padre tuyo.

Oremos:
Omnipotente y Sempiterno Dios, que constituiste a tu Unigénito Hijo Redentor del mundo y quisiste aplacarte con su Sangre; te suplicamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra Redención, que por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la vida presente, ¡para que gocemos en el Cielo de su fruto eterno! Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

La Coronilla de la Divina Misericordia





La Coronilla de la Divina Misericordia


Se utiliza un rosario común de cinco decenas.

1. Comenzar con un Padre Nuestro, Avemaría, y Credo.

2. Al comenzar cada decena (cuentas grandes del Padre Nuestro) decir:

"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, 
la Sangre, el Alma y la Divinidad 
de Tu Amadísimo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo,
para el perdón de nuestros 
pecados y los del mundo entero."

3. En las cuentas pequeñas del Ave María:

"Por Su dolorosa Pasión,
ten misericordia de nosotros
y del mundo entero."


4. Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres
veces:

"Santo Dios, Santo Fuerte, 
Santo Inmortal, ten piedad de 
nosotros y del mundo entero."

El que me ve a mí, ve al Padre





San Ireneo de Lyon (c 130- c 208), obispo, teólogo y mártir 


“El que me ve a mí, ve al Padre.”


    “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). El hombre por si sólo, no verá a Dios, pero Dios será visto por los hombres si Dios lo quiere, por quien él quiere, cuando él quiere, porque Dios lo puede todo. Antiguamente fue visto, gracias al Espíritu según la profecía, después fue visto, gracias al Hijo, según la adopción, y será visto en el reino de los cielos según la paternidad. Porque el Espíritu prepara al hombre previamente para el Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre le da la incorruptibilidad y la vida eterna que consisten para cada uno en ver a Dios.

    Ya que los que ven la luz están en la luz y participan de su resplandor, así los que ven a Dios están en Dios y participan de su esplendor. Porque el esplendor de Dios da la vida. Por tanto, los que ven a Dios participan en su vida.  
   

Oraciones para pedir los Dones del Espíritu Santo



ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

¡Oh Espíritu Santo!, humildemente te suplico que enriquezcas mi alma con la abundacia de tus dones.

Haz que yo sepa, con el Don de la Sabiduría, apreciar en tal grado las cosas divinas, que con gozo y facilidad sepa frecuentemente prescindir de las terrenas.

Que acierte con el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la trascendencia y belleza de la verdad cristiana.

Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.

Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de salvación.

Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo y del pecado.

Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.

Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración a los mandamientos divinos, cuidando con creciente delicadez de no quebrantarlos lo más mínimo.

Llenadme sobre todo, de vuestro santo amor. Que ese amor sea el móvil de toda mi vida espiritual. Que lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al menos con mi ejemplo, la sublimidad de vuestra doctrina, la bondad de vuestros preceptos, la dulzura de vuestra caridad. Amén.

 

Toribio de Mogrovejo, Santo Obispo




Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net 

Toribio de Mogrovejo, Santo
Obispo, 23 de marzo


Toribio de Mogrovejo, Santo
Obispo de Lima

Martirologio Romano: Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del Perú, descansó en el Señor (1606). 

Etimológicamente: Toribio = Aquella persona dinámica y ruidosa, es de origen griego.

Fecha de canonizacion: 10 de diciembre de 1726 por el Papa BenedIcto XIII.

En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, escribiéndole al rey de España Felipe II, san Toribio Alfonso de Mogrovejo hacía un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas (Toribio no podía saber que entre ellos había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la misma coherencia de quien fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y a quien Benedicto XIV comparó con San Carlos Borromeo.

Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho. Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.

Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales. 

También fundó el primer seminario de América; intervino con energía contra los derechos particulares de los religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas y pobres; casi duplicó el número de las “Doctrinas” o parroquias, que pasaron de 150 a más de 250.

Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró.

¿Qué le dice la Cruz al mundo actual?




¿Qué le dice la Cruz al mundo actual?

La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación
Autor: | Fuente: Mercaba.org || FEyFAMILIA.com


La cruz es el símbolo del cristiano que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos. Cristo mismo nos asegura que en su cruz se abre el horizonte de la vida eterna para el hombre.

La enseñanza de la cruz conduce a la plenitud de la verdad acerca de Dios y del hombre. La cruz es para la Iglesia un signo de reconciliación y una fuente providencial de bendición. Y hoy, al igual que en el pasado, la cruz sigue estando presente en la vida del hombre.

¿Cuál es el mensaje central de la cruz del Señor?

La cruz ofrece al hombre moderno un mensaje de fe y esperanza, porque ella es el signo de nuestra reconciliación definitiva con Dios Amor. La cruz nos habla de la pasión y muerte de Jesús, pero también de su gloriosa resurrección. De esta manera, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida. Por eso a la cruz también se le llama árbol donde estuvo clavada la salvación del mundo.

¿Qué nos enseña Jesús por medio de su cruz?

Jesús crucificado es el supremo modelo de amor y verdadera aceptación del Plan del Padre. Cargado con nuestros pecados subió a la cruz, para que muertos al pecado, vivamos para siempre. Clavado en la cruz, el Señor nos enseña con toda claridad a responder fiel y plenamente al llamado de Dios. Y al ver la cruz descubrimos que nuestra respuesta debe ser igual: fiel en las cosas grandes y en las pequeñas, fiel al Señor en nuestra vida cotidiana.

¿Amar la cruz no es amar un instrumento homicida?

Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu hermano? ¡Por supuesto que no! Porque mi hermano no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene ese poder. ¿Cómo puede ser la cruz signo homicida, si nos cura y nos devuelve la paz? La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado.

¿Pero no es un símbolo de muerte?

Por el contrario, la cruz, en el mundo actual lleno de egoísmo y violencia, es antorcha que mantiene viva la espera del nuevo día de la resurrección. Miramos con fe hacia la cruz de Cristo, mientras por medio de ella día a día conocemos y participamos del amor misericordioso del Padre por cada hombre.

¿Nos recuerda entonces el amor de Dios?

«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna», (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos, (Jn 15, 13).

Qué nos enseña el madero horizontal?

La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y a dónde vamos: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu. El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos.

¿Y el madero vertical?

El madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos señala hacia dónde dirigir nuestra esperanza.

¿Cómo integrarlos?

Como cristianos, debemos vivir en una vida integrada, armonizando en una vida coherente la dimensión vertical de nuestra relación con Dios y la dimensión horizontal del servicio al prójimo. El amor puramente horizontal al prójimo siempre está llamado a cruzarse con el amor vertical que se eleva hacia Dios.

¿Por qué se dice que es un signo de reconciliación?

Por que fue el instrumento que el Señor utilizó para abrirnos el camino hacia el Padre. Cristo vence al pecado y a la muerte desde su propia muerte en la cruz. La cruz, para el cristiano deja de ser un instrumento de tortura y se convierte en signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.

¿Cómo la cruz nos acerca al Señor?

San Pablo nos recuerda que «la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan», (1 Cor 1, 18). Recordemos que el centurión reconoció en Cristo crucificado al Hijo de Dios; él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria.

¿Cómo seguir al señor por medio de la cruz?

Jesús dice: «El que no tome su cruz y me sigua, no es digno de mí», (Mt 10, 38). Nos dice eso no porque no nos ame lo suficiente, sino porque nos está conduciendo al descubrimiento de la vida y el amor auténticos. La vida que Jesús da sólo puede experimentarse mediante el amor que es entrega de sí, y ese amor siempre conlleva alguna forma de sacrificio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto», (Jn 12, 24). Esa es la manera de seguir al Señor.

¿Qué nos enseña María sobre la cruz?

Después de Jesús nadie ha experimentado como su Madre el misterio de la cruz. Ella mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Ella, que fue la primera cristiana, nos educa al mostrarnos cómo sufre intensamente con su Hijo y se une a este sacrificio con corazón de Madre.

Ella es la mujer fuerte al pie de la cruz que nos enseña cómo vivir la verdadera fortaleza ante la adversidad: cuándo más dolor hay en el corazón de María más se adhiere ella a la cruz del Señor, pero lo hace con la esperanza puesta en las promesas de Dios.

¡Qué gran lección para el mundo de hoy¡ La cruz es para María motivo de dolor y a la vez de alegría. Ella sufre como Madre todos los dolores de su Hijo, pero vive este sufrimiento en la perspectiva de la alegría por la gloriosa resurrección del Señor.

Todos los cristianos de este tiempo estamos llamados a imitar a la Madre de Jesús al pie de la cruz, siendo coherentes y fieles a Cristo en las pequeñas y grandes cruces de nuestra vida diaria y poniendo nuestra confianza en aquel madero que se alza desde la tierra hacia el cielo.

Y debemos hacerlo así porque desde esa misma cruz, Jesucristo nos ofrece a María como Madre nuestra: "De Cristo a María, y de María más plenamente al Señor Jesús".

Oración al Sagrado Corazón de Jesús para una grave necesidad




ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN
DE JESÚS PARA UNA GRAVE NECESIDAD
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Oh Divino Jesús que dijiste: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a quien llama se le abre». Mírame postrado a tus plantas suplicándote me concedas una audiencia. Tus palabras me infunden confianza, sobre todo ahora que necesito que me hagas un favor:

(Se ora en silencio pidiendo el favor)
¿A quién he de pedir, sino a Ti, cuyo Corazón es un manantial inagotable de todas las gracias y dones? ¿Dónde he de buscar sino en el tesoro de tu corazón, que contiene todas las riquezas de la clemencia y generosidad divinas? ¿A dónde he de llamar sino a la puerta de ese Corazón Sagrado, a través del cual Dios viene a nosotros, y por medio del cual vamos a Dios?

A Ti acudimos, oh Corazón de Jesús, porque en Ti encontramos consuelo, cuando afligidos y perseguidos pedimos protección; cuando abrumados por el peso de nuestra cruz, buscamos ayuda; cuando la angustia, la enfermedad, la pobreza o el fracaso nos impulsan a buscar una fuerza superior a las fuerzas humanas.

Creo firmemente que puedes concederme la gracia que imploro, porque tu Misericordia no tiene límites y confío en que tu Corazón compasivo encontrará en mis miserias, en mis tribulaciones y en mis angustias, un motivo más para oír mi petición.

Quiero que mi corazón esté lleno de la confianza con que oró el centurión romano en favor de su criado; de la confianza con que oraron las hermanas de Lázaro, los leprosos, los ciegos, los paralíticos que se acercaban a Ti porque sabían que tus oídos y tu Corazón estaban siempre abiertos para oír y remediar sus males.

Sin embargo... dejo en tus manos mi petición, sabiendo que Tú sabes las cosas mejor que yo; y que, si no me concedes esta gracia que te pido, sí me darás en cambio otra que mucho necesita mi alma; y me concederás mirar las cosas, mi situación, mis problemas, mi vida entera, desde otro ángulo, con más espíritu de fe.

Cualquiera que sea tu decisión, nunca dejaré de amarte, adorarte y servirte, oh buen Jesús.

Acepta este acto mío de perfecta adoración y sumisión a lo que decrete tu Corazón misericordioso. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria al Padre.

Sacratísimo Corazón de Jesús, en Vos confío. (3 veces).