domingo, 13 de enero de 2019

Comienza nuestra Misión



COMIENZA NUESTRA MISIÓN

Por José María Martín OSA

1.- ¿Qué me pide Dios? En los escaparates de las tiendas de ropa hemos visto un rótulo con un título: ¡REBAJAS! Se ponen a la venta artículos que no han podido venderse durante el período navideño. Corremos un peligro: que después de la Navidad nos desinflemos y volvamos de nuevo a la rutina. La cuesta de enero a veces cuesta mucho subirla…Sin embargo, es ahora cuando tiene que notarse que la Navidad ha servido para algo. Ofrécele al Señor este nuevo año que comienza. No haciéndote una lista muy ambiciosa y larga de objetivos de mejora: dejar de fumar, comer menos, hacer más ejercicio… sino de dejarle a Él, en tu tiempo de oración, que te haga la lista, que te diga, te susurre qué le gustaría a Él que tú intentaras hacer en el nuevo año que te regala. Déjate iluminar, pregúntale qué quiere de ti, qué puedes hacer tú por Él, que te ayude a crecer en la dirección que Él sueña de ti para vivir un año de “gracia del Señor”, un dos mil diecinueve lleno de su presencia. ¿Cómo? Siguiendo la máxima de “actúa como todo dependiera de ti y sólo de ti, pero confía como si todo dependiera de Dios y solo de Dios”. Trabajamos con Dios, hacemos con Él….

2.- En la fila como como uno más. Dejamos al Jesús-Niño y pasamos al Jesús-adulto. No es fácil para nadie este cambio de niño a adulto. Supone dejar a un lado las seguridades y lanzarse a la aventura de la confianza en el Padre y de la misión encomendada. Esto es lo que le ocurrió a Jesús cuando recibió el bautismo de manos de Juan. Está en la fila con quienes manifiestan deseos sinceros de conversión, con quienes no se sienten satisfechos, con quienes buscan de forma comprometida. Dios está entre ellos. Los penetrantes ojos del Bautista lo descubren a pesar de sus ideas tajantes y justicieras. La clientela no era "gente del templo", pero sí "buscadores de Dios". Es necesario tener los ojos de Juan. Es necesario saber estar -de forma anónima y por encima de la separación que pudieran hacer las creencias- entre los hombres de buena voluntad. Hacer presente nuestra fe en la vida pública no es conquistar el poder en las instituciones. Es colaborar de forma responsable y sin buscados protagonismos en la construcción de la convivencia y en el destino colectivo junto a otros que, quizá sin razones religiosas, están trabajando por ello.

3.- El Padre le manifestó su identidad: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto". Pero, al mismo tiempo, Jesús asume su misión: pasar por el mundo haciendo el bien, abriendo los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Es decir, se identifica con la misión del "Siervo de Yahvé" del profeta Isaías. Será luz de las naciones e implantará la justicia en todas las islas -todas las naciones de la tierra- Qué bueno sería que de nosotros, sus discípulos, se dijera al final del año "pasó por el mundo haciendo el bien, porque Dios estaba con él".

4.- Renovar nuestro compromiso bautismal. El bautismo de Juan era de penitencia, de preparación. Por eso dice San Agustín que "valía tanto como valía Juan. Era un bautismo santo, porque era conferido por un santo, pero siempre hombre. El bautismo del Señor, en cambio, valía tanto cuanto el señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es Dios". Nosotros hemos recibido el auténtico bautismo "en el Espíritu Santo". ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es luchar por un mundo donde reine la justicia --nuestra misión profética-- y servir a los más necesitados con los dones recibidos --somos ungidos como reyes--. Renovemos nuestro compromiso bautismal en este día porque en nuestra vida de fe no debe haber "rebajas". Tenemos la seguridad de que Dios está siempre con nosotros y también tenemos clara nuestra tarea: pasar haciendo el bien. Coloquemos en el centro de nuestra vida aquello que es esencial: la presencia de Dios y del hermano.

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