viernes, 25 de mayo de 2018

Campesina


Campesina


Monseñor  Pedro María Casaldáliga
  

«Llamados a las filas de una nueva milicia, 
marchan los hijos mozos con un macuto prematuro de ira, 
y queda el campo fiel abandonado... 

El pedazo de tierra que teníais, detrás de aquel otero 
por donde entraba el sol,
lo trabajaban juntas tus manos y Sus Manos.
Salía el Sembrador una mañana, y abría el mundo el corazón estéril.
De pronto sorprendían Sus Ojos creadores 
un filo de cizaña advenediza. 
El grano de mostaza se hacía ya posada para todas   las aves viajeras,
y crecía en el trigo la forma presentida de Su Carne...

Volvían los pastores, con la noche a la espalda 
-¿con la muerte a la espalda volverían?-, 
y balaba el aprisco recobrado y concorde. 
Él volvía también, y te llamaba 
como quien grita alerta, cada tarde, 
a la hora precisa de las hostias.

Pero un día se fue, ya para siempre. 
Junto al taller, cerrado por ausencia, 
el mástil de un madero naufragaba en la sangre del ocaso, 
y el campo y tú quedabais a la espera.

Se van los hijos mozos...
La tierra ya no da para la vida. No da para los ojos       y el deseo.
Detrás del oleaje varado de los surcos 
la múltiple sirena de la ciudad invita a la aventura. 
Los brazos se han cansado de echar semilla al viento irresponsable, 
¡y están muy lejos del dolor del campo 
el Sanedrín blindado de leyes y el Pretorio!

Llegarán los tractores, ¿pero a tiempo?,
¿desplazarán los brazos?, ¿se llevarán las almas?

Sobre la tierra, núbil a pesar de los hombres desalmados, 
tarde o temprano llueve.
Dios sigue amaneciendo cada día. 
Aún tiene el horizonte camino para el alba y el regreso. 
Y en el soto erizado de chopos de esperanza 
permanece de guardia la alondra de tu ermita. 

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