domingo, 29 de abril de 2018

Todos los cristianos somos sarmientos de la misma Vid

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TODOS LOS CRISTIANOS SOMOS SARMIENTOS DE LA MISMA VID

Por Gabriel González del Estal

1.- Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Todos los que creemos en Cristo y queremos ser sus discípulos somos sarmientos del mismo Cristo. La pregunta es: si todos somos sarmientos de la misma Vid, ¿por qué entre nosotros hay tantas divisiones? Si todos somos miembros del mismo cuerpo, ¿por qué unos miembros del cuerpo luchan contra otros, en perjuicio del mismo cuerpo? Este relato evangélico del evangelista Juan debe obligarnos a todos los cristianos hacia un ecumenismo cristiano real y efectivo. Ecumenismo religioso no quiere decir que todos los cristianos hagamos nuestros cultos religiosos de la misma manera, en todas las partes del mundo. El culto religioso debe estar siempre adaptado a las costumbres y características de cada lugar en sus formas y en sus ritos. Pero nuestra relación con Cristo en nuestras creencias esenciales y en nuestras relaciones religiosas humanas y personales deben ser siempre unánimes, fraternas y cordiales. Lo ideal es que un católico pueda sentirse a gusto en cualquier celebración cristiana en cualquier sito del mundo donde se esté celebrando la expresión cristiana de su fe. Los frutos que se nos piden a todos son los mismos: el amor mutuo y la expresión concreta de ese amor en nuestras obras y relaciones humanas. Sin Cristo no podemos hacer nada que sea auténticamente cristiano; con Cristo lo podemos hacer todo.

2.- A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Todos necesitamos ser podados por Dios, nuestro Padre, que es el mejor labrador, porque es el que mejor nos conoce y el que más nos quiere. Pero debemos colaborar cada uno de nosotros en la poda, porque Dios actúa siempre a través de medios humanos. Una enfermedad, cualquier disgusto o contratiempo, problemas familiares, las relaciones sociales, políticas y económicas en las que nos vemos diariamente envueltos, una gran alegría personal o familiar, todo puede y debe contribuir a purificar y perfeccionar nuestro espíritu cristiano y nuestra relación viva con la Vid que es Cristo y con Dios nuestro Padre, el Labrador. El principal fruto, naturalmente, son las obras que manan de nuestro amor cristiano al prójimo con el que convivimos y a cualquier prójimo que pueda necesitar nuestra ayuda. Nadie nace tan perfecto que no necesite poda alguna a lo largo de su vida. Todos somos imperfectos mientras vivimos en este mundo, por eso necesitamos estar continuamente podándonos y dejando que Dios nos pode.

3.- Bernabé presentó a Pablo a los apóstoles… y Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Este relato del libro de los Hechos de los Apóstoles no nos dice nada nuevo sobre el Saulo que ya conocíamos: el apóstol de los gentiles. Es interesante resaltar el papel de Bernabé, cuando presenta a Saulo a los apóstoles. Entre los discípulos de Jesús había algunos que no se fiaban nada del Saulo que ellos habían conocido en Jerusalén y en Damasco, antes de que este se convirtiera. Por eso ahora el papel de Bernabé ante los apóstoles fue determinante. También es bueno que nosotros sepamos defender a los que sabemos que ahora son buenos cristianos, aunque antes les hubiéramos conocido como enemigos de nuestra fe. Los que somos cristianos desde que nacimos debemos dar gracias a Dios por todas aquellas personas convertidas al cristianismo. Pablo fue siempre sincero y consecuente con su fe, primero con la fe judía y después de su conversión con la fe cristiana. La fe que profesamos debe ser siempre un verdadero y auténtico motor de nuestro comportamiento. Una fe que no influye eficazmente en nuestro comportamiento no es verdadera fe.

4.- Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. Es bueno comprobar cómo san Juan Evangelista nos insiste en la necesidad de las obras para seguir el mandamiento del Señor: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Porque muchas veces, a lo largo de los tiempos, se ha insistido en las frases del evangelista san Juan diciéndonos que “el que cree en el Hijo del Hombre ya está salvado y el que no cree ya está condenado”. También debemos saber que una fe sin obras es una fe muerta, como nos dice el apóstol Santiago. Claro que es Dios el que nos salva, no nuestras obras, porque la salvación excede nuestras solas fuerzas. Pero debemos tener siempre en cuenta que “creer” en Cristo supone querer cumplir sus mandamientos. La verdadera fe exige siempre fidelidad, compromiso, con lo que creemos. El que diga que ama a Cristo y no haga lo posible por cumplir sus mandamientos es un mentiroso. También esto lo dijo san Juan.

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