domingo, 12 de noviembre de 2017

Vigilad y orad


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VIGILAD Y ORAD

Por Antonio García-Moreno

1.- "RADIANTE E INMARCESIBLE ES LA SABIDURÍA..." (Sb 6, 13) La sabiduría es uno de los grandes dones que Dios puede otorgar al hombre. La sabiduría es como una luz mágica que permite ver las cosas y los acontecimientos en sus justas proporciones. La luz de Dios que ilumina el camino de la felicidad, con tal resplandor que es imposible no lanzarse a caminar por él.

Fácilmente la descubren los que la aman y la encuentran los que la buscan. Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada. Amarla, desearla, buscarla. Sólo eso, pero sinceramente, con ahínco, con constancia. Comenzando por pedirla a Dios con fe y confianza. Ahora mismo te lo rogamos, Señor, danos el don de la sabiduría, esa luz nueva para nuestros ojos, esa dimensión distinta para nuestra mirada apagada, ese ver más allá de las sombras que inundan nuestros días grises y anodinos... Verlo todo con la luz de Dios, contemplarlo todo bajo la perspectiva de la eternidad, y superar así esta visión estrecha y pequeña que tantas veces nos angustia.

2.- "... Y QUIEN VELA POR ELLA, NO SE VERÁ SIN AFANES...” (Sb 6, 15) Cuántos afanes en cada jornada, cuántas preocupaciones. Siempre hemos de tener algo que nos inquiete y nos turbe. Y la causa está en nuestra falta de sentido sobrenatural, en nuestra falta de visión de fe. Nos empeñamos en vivir según nuestros propios criterios y despreciamos los criterios de Dios. Y ese es el resultado: una vida de ajetreo continuo, una existencia profundamente marcada por la zozobra.

La misma sabiduría "busca por todas partes a los que son dignos de ella; en los caminos se les muestra benévola y les sale al encuentro en todos sus pensamientos...". Son palabras tuyas, Señor. Palabras, por tanto, objetivas, absolutamente verdaderas. Haznos, pues, dignos de la sabiduría que sale a nuestro encuentro y aviva nuestro deseo por tenerla. Para que, con tu luz y tu fuerza, vivamos de modo distinto a cómo vivimos. Para que, en medio de la vorágine del vivir actual, conservemos la calma y el optimismo. Danos, te lo pedimos otra vez, esa sabiduría que ha de llenar de honda alegría esta nuestra vida, tan cargada de tristeza.

3- "OH DIOS, TÚ ERES MI DIOS..." (Sal 62, 2) Ocurre a veces que el latido místico e íntimo del cantor de Dios aflora a la superficie de sus palabras. El salmo de hoy expresa, en efecto, los más hondos sentimientos del hombre ante Dios. "Mi alma está sedienta de ti -dice con emoción-, mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua".

El salmista se siente seco por dentro, con una ansiedad incontenible, con una sed indefinible de algo que sólo le puede venir de lo Alto. Y por eso clama con acentos de humilde súplica y llama al Señor, diciéndole: Oh Dios, Tú eres mi Dios, mi todo, mi bien supremo, mi verdad única, mi más firme esperanza de amor eterno. Humildemente, con sencillez de niño enfermo, vamos a acercarnos en el silencio de la oración hasta nuestro Dios y Señor. Vamos a decirle cuanto sentimos o cuanto no sentimos y quisiéramos sentir. Digamos también con honda emoción, o sin ella: "Oh Dios, tú eres mi Dios...".

4.- "TODA MI VIDA TE BENDECIRÉ Y ALZARÉ LAS MANOS INVOCÁNDOTE..." (Sal 62, 5) Sigue el poeta desgranando sus versos divinamente inspirados, sigue brotando a borbotones el agua limpia de su fuente interior. Toda la vida te bendeciré, mi Dios y Señor; en todas las circunstancias te cantaré con gratitud y amor. Pase lo que pase, sea bueno lo que me ocurra o sea lo peor cuanto me pueda ocurrir, alzaré las manos hacia ti para invocarte, humilde y confiado.

Sí, también tú te puedes acercar a Dios en la íntima soledad de tu corazón, donde él está. Si lo haces, sentirás que tu vida se colma, se sacia, se apacigua en las ansias más profundas. Dile entonces al Señor, con palabras de ese salmo: "Mis labios te alabarán jubilosos. En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo".

Tener sed de Dios, anhelar su cercanía más que cosa alguna. Buscarle si le hemos perdido de vista, correr tras él hasta encontrarlo de nuevo. Quedarse entonces junto a él para nunca más separarse, persuadidos de que sólo así alcanzaremos alivio para nuestra ardiente sed.

5.- "HERMANOS: NO QUEREMOS QUE IGNORÉIS LA SUERTE DE LOS DIFUNTOS PARA QUE NO OS AFLIJÁIS COMO LOS HOMBRES SIN ESPERANZA" (1 Ts 4, 12) Es inevitable. La muerte nos produce siempre un deje de tristura, cuando no un dolor exasperado. Son momentos inolvidables que se nos clavan como espinas en la propia carne, hasta enquistarse definitivamente. En este mes de noviembre, nuestra Madre la Iglesia quiere que recordemos a los fieles difuntos, esos que han cruzado ya la frontera del "irás y no volverás". Tiempo por otra parte muy adecuado para ello puesto que la naturaleza parece morir a nuestro alrededor, durmiéndose callada bajo el arrullo de las hojas secas.

Pero detrás de todo ese espectáculo melancólico y triste de la muerte y el otoño, hay una luz suave y viva al mismo tiempo, que ha de iluminar nuestros ojos y nuestro corazón. Y gracias a esa luz lograremos descubrir el encanto y el misterio que hay en todo eso. Así, ante el recuerdo entrañable de nuestros seres queridos ya muertos, hemos de sentir la honda esperanza de los que saben que esas ramas secas e inertes volverán a reverdecer.

6.- "CONSOLAOS, PUES, MUTUAMENTE CON ESTAS PALABRAS" (1Ts 4, 17) Sí, estas ramas desnudas y ennegrecidas volverán a brotar en hojas verditiernas primero y en tupido follaje luego, en flores y frutos. Y ante esa convicción, el color ocre y multicolor del otoño adquiere una luminosidad, mezcla de recuerdo nostálgico y de serena paz. Lo mismo ocurre entonces con la muerte, lo mismo hemos de pensar ante la idea triste de que ya se nos fueron para siempre los nuestros.

Sus cuerpos podridos y deshechos recobrarán otra vez la vida, renacerán transidos de gloria. Por eso nuestra fe nos asegura que cuando resucitemos tendremos un cuerpo glorioso, nuestro mismo cuerpo robustecido por el fuego y el hálito vivificados del Espíritu divino. Viviremos entonces una eterna primavera, un verano sin fin, con flores y frutos perennes. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras... Sí, es realmente un motivo profundo de consuelo; es como para no llorar nunca más, para no dejarnos vencer jamás por la tristura. Y sin embargo, Señor, tú sabes nuestra debilidad, nuestra ceguera, nuestra falta de fe y de esperanza. Perdónanos y concédenos ese consuelo del que cree de veras en tu indefectible palabra.

5.- "... CINCO DE ELLAS ERAN NECIAS Y CINCO SENSATAS" (Mt 25, 2) La fiesta nupcial judía, cargada de ritos simbólicos, sirve a Jesús para hablar del Reino de los cielos. Se fija en la ceremonia de recepción y de acompañamiento que hacen las amigas solteras de la novia a la feliz pareja. Con sus lámparas encendidas y su alegría juvenil contribuían, sin duda, a la felicidad de los novios. Todos juntos iban hacia la sala del banquete, inundada de luz y de alegría. Se cerraba entonces la puerta y la noche, oscura y triste, quedaba fuera, en fuerte contraste con la luz y el alborozo que había dentro, en la sala del banquete.

Eso viene a ser el Reino de los cielos, un banquete de bodas reales. En la noche, cuando menos se espera quizá, llegará el esposo, Cristo Jesús, para celebrar por siempre la gran fiesta nupcial. Entonces el que tenga su lámpara encendida, quien tenga su alma en gracia, viva la fe, despierta la esperanza y ardiente la caridad, ese entrará en la sala del Reino, participará de esa fiesta que nunca cesará. En cambio, el que tenga su lámpara sin aceite, quien tenga el corazón seco y frío, quien vista los harapos del pecado, quien duerma el sueño de los indolentes y los frívolos, quien sólo piense en sí mismo, ese se quedará fuera, inmerso en esa oscura noche, sin amanecida posible.

Hay que vigilar, hay que estar alerta, hay que vivir preparados, siempre en gracia de Dios y luchar cada batalla como si esa fuera la última. No podemos descuidarnos, no podemos andar jugando. Es mucho lo que se solventa, la salvación eterna, la dicha de entrar en el gozo de la luz, de disfrutar para siempre de la alegría de la Jerusalén celestial.

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