domingo, 8 de octubre de 2017

El Orgullo los tenía ciegos



“EL ORGULLO LOS TENÍA CIEGOS”

Por Antonio García-Moreno

CANTO DE LA VIÑA. Hombres del campo que viven y mueren pegados a su tierra. Ellos pueden comprender mejor que nadie el contenido de este gran poema del profeta Isaías: Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. Tierra roja y cepas verdes, tierra limpia de hierbajos y bien arada. Días y días de trabajo, bajo el sol o bajo la lluvia. La entrecavó, la descantó. Levantó, en medio, una atalaya y construyó al lado un lagar. Y esperó que todo aquel trabajo recibiera su justa recompensa.

Dios se vale de comparaciones asequibles para cuantos le escuchan. A través de estas palabras nos quiere recordar cuánto hizo por Israel, la viña elegida y querida... No obstante, sus palabras pueden ser aplicadas a cada uno de nosotros. Sí, con cada uno de nosotros Dios ha repetido la historia y puede entonar también ese canto de amor dolido. Él se ha volcado en nuestra vida, nos ha mimado a lo largo de los años. Se ha desvivido con la solicitud con que un campesino cuida a su viña. Y al cabo de tanto tiempo y de tanto amor, Dios ha esperado nuestra respuesta con la misma ilusión con que el labrador espera los frutos de su viña.

Desilusión amarga. En lugar de uvas, la viña sólo dio agrazones. Hojarasca y pámpanos verdes y agrios... Israel devolvió a Dios desprecio y rebeldía a cambio del inmenso amor que había recibido. Como tú y como yo hemos pagado con indiferencia la ternura infinita del Señor. Y en lugar de frutos de santidad, hemos dado hojas y ramas secas. "¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? ¿Por qué esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora os diré lo que voy a hacer con mi viña: Quitaré su valla para que sirva de pasto, derruiré su tapia para que la pisoteen...". Lo que era una tierra prometedora se convertirá en un erial intransitable. Las palabras de Dios brotan doloridas, son un triste lamento que suena con la violencia de un grande amor burlado...

Espera un poco más, Señor. Ya no queremos separarnos de ti. Deseamos responder con amor a tu infinito amor. Ya estamos arrepentidos. Espera un poco más. Y tu amor realizará el milagro de cambiar los pámpanos verdes y agrios en apretados racimos de uva dorada y dulce.

MALOS LABRADORES. La parábola de hoy tiene un marcado sabor veterotestamentario. Recuerda sobre todo el canto de amor a la viña, que recoge la primera lectura de hoy. Toda la historia de los amores de Dios con su pueblo están resumidos en estos pasajes. El Señor, dueño del universo, se había reservado una porción de la Humanidad para sí. Lo refiere el libro del Éxodo, antes de narrar la alianza del Sinaí, que selló Yahveh con los hijos de Israel, liberado del poder de Egipto y caminando entonces por el desierto hacia la tierra de promisión. El Señor había cuidado con esmero a los suyos, les había enviado hombres con poder para salvarlos de sus enemigos, aquellos pueblos vecinos que los acosaban, o para ayudarles en sus guerras para conquistar la tierra de Caná. No hubo desgracia que no encontrara su alivio en Yahvé.

Pero Israel no correspondió a tantos desvelos, no se sometió al poder de Dios, no obedeció sus mandatos, ni reconoció a los que en nombre de Yahvé les advertían de su conducta depravada. Al contrario, en lugar de atender a sus palabras, los despreciaban o les amenazaban, les hacían callar con la violencia. Cuando Jesús recordaba esto, al acercarse en cierta ocasión a Jerusalén, no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar sobre aquella ciudad, tan querida y tan ingrata.

La serie de atropellos llegó a su culmen al rechazar violentamente a Jesucristo, el Hijo del Dios Altísimo, crucificándolo en una cruz. Cumplieron así la profecía que vaticinaba que los constructores rechazarían la piedra angular, desechándola como inservible. Jesús les hace ver lo que estaba ocurriendo y lo que ocurriría luego si seguían rechazándolo. Pero estaban obcecados, el orgullo los tenía ciegos. Al final llevarían a cabo sus designios de odio y de envidia. El Hijo sería arrastrado fuera de la viña, a la salida de la Ciudad Santa, y allí lo colgarían entre el cielo y la tierra, a la vista de todo el pueblo, la viña elegida.

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