lunes, 17 de abril de 2017

La resurrección es el núcleo de la fe cristiana



Eguione Nogueira, cmf

¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

En algún momento de la vida, muchos de nosotros hemos tenido fracasos que suponen una prueba a nuestra fe. Con los discípulos de Jesús no fue distinto. La cruz había roto la esperanza que ellos habían depositado en Jesús. La muerte de Jesús en la cruz fue un duro golpe en los discípulos: ¿era verdaderamente el Mesías esperado, el Hijo de Dios? ¿Estaba Dios de su parte o todo fue una falsa ilusión?

Hace tan solo unos días, celebrábamos el misterio de la pasión y muerte de Jesús. Pero algo sucede poco después: la dispersión se cambia en convocación, y el sí de Dios a la vida asume en la Pascua todo su potencial al resucitar a su Hijo Jesucristo. Es con este vigor de la vida que nos acercamos al Evangelio de hoy. En él aparecen dos versiones respecto a la ausencia de Jesús en el sepulcro: la primera, anunciada por las mujeres: “Él ha resucitado verdaderamente y se ha aparecido a nosotras”; la segunda, propagada por los soldados: “los discípulos robaron el cuerpo de Jesús mientras dormíamos”. Es verdad que el sepulcro vacío no es una prueba cabal de la resurrección. Por si solo no basta para engendrar la fe en la resurrección, que es un acto libre y personal: creemos o no creemos.

La resurrección es el núcleo de la fe cristiana, como hemos visto en la primera lectura con el anuncio de Pedro: «Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hech 2,32). El relato de la aparición de Jesús a las mujeres nos enseña que se llega a la fe por el encuentro con el Resucitado y es Él quien tiene la iniciativa de encontrarnos. La escena evangélica es una bellísima imagen para ser contemplada: “¡Alegraos!”. Sus palabras siguen resonando en nuestro corazón, especialmente cuando la desesperanza acecha nuestra vida y la realidad parece dar razón al fracaso. ¡Alegraos! La experiencia de la resurrección es un encuentro que despierta la alegría en el corazón de los discípulos. En el ser humano bullen instintos de supervivencia. Cargamos en nuestro interior el instinto de plenitud y Jesús, solamente Él, puede darnos lo que intuimos, es decir, que la vida tiene siempre la última palabra.

Quisiera terminar esta reflexión con una invitación del papa Francisco y que, en este tiempo de Pascua, nos invita a acercarnos al misterio: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque ‘nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor’. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: ‘Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores’» (Evangelii gaudium).

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