domingo, 26 de julio de 2015

«Cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra; hace brotar hierba en los montes y las plantas para el servicio del hombre» (Sal 146,8)


«Cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra; hace brotar hierba en los montes y las plantas para el servicio del hombre» (Sal 146,8)

Los milagros que ha obrado nuestro Señor Jesucristo son, verdaderamente, obras divinas. Disponen a la inteligencia humana para que conozca a Dios a partir de lo que es visible, puesto que nuestros ojos, en razón de su misma naturaleza, son incapaces de verle. Además, los milagros que Dios hace para el gobierno del universo y organizar toda la creación, a fuerza de repetirse, de tal manera han perdido valor, que casi nadie se toma la molestia de percibir qué obra tan maravillosa y asombrosa Dios realiza en cualquier grano de simiente. 


Por eso, en su providencia, se ha reservado el hacer ciertas acciones en el momento por él escogido, fuera del curso habitual de las cosas. Así, aquellos quienes las maravillas de todos los días son sin importancia, se quedan estupefactos a la vista de obras que salen de lo ordinario;  y sin embargo no hacen prevalecer aquellas. ¡Gobernar el universo es, en realidad, un milagro más grande que saciar a cinco mil hombre con cinco panes! Y, sin embargo, nadie se sorprende... En efecto ¿quién alimenta todavía hoy al universo si no Aquel que, con algunos granos, crea las cosechas? 


Cristo ha actuado como Dios. Es por su poder divino que ha hecho salir de un número pequeño de granos, ricas cosechas; es a través de este mismo poder que ha multiplicado los cinco panes. Las manos de Cristo estaban llenas de poder; esos cinco panes eran como semillas no echadas en tierra sino multiplicadas por aquél que ha hecho la tierra.



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Comentario sobre el evangelio de Juan, 24,1, CCL 36, 244 
Los milagros que ha obrado nuestro Señor Jesucristo son, verdaderamente, obras divinas. Disponen a la inteligencia humana para que conozca a Dios a partir de lo que es visible, puesto que nuestros ojos, en razón de su misma naturaleza, son incapaces de verle. Además, los milagros que Dios hace para el gobierno del universo y organizar toda la creación, a fuerza de repetirse, de tal manera han perdido valor, que casi nadie se toma la molestia de percibir qué obra tan maravillosa y asombrosa Dios realiza en cualquier grano de simiente. 


Por eso, en su providencia, se ha reservado el hacer ciertas acciones en el momento por él escogido, fuera del curso habitual de las cosas. Así, aquellos quienes las maravillas de todos los días son sin importancia, se quedan estupefactos a la vista de obras que salen de lo ordinario;  y sin embargo no hacen prevalecer aquellas. ¡Gobernar el universo es, en realidad, un milagro más grande que saciar a cinco mil hombre con cinco panes! Y, sin embargo, nadie se sorprende... En efecto ¿quién alimenta todavía hoy al universo si no Aquel que, con algunos granos, crea las cosechas? 


Cristo ha actuado como Dios. Es por su poder divino que ha hecho salir de un número pequeño de granos, ricas cosechas; es a través de este mismo poder que ha multiplicado los cinco panes. Las manos de Cristo estaban llenas de poder; esos cinco panes eran como semillas no echadas en tierra sino multiplicadas por aquél que ha hecho la tierra.



San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia 
Comentario sobre el evangelio de Juan, 24,1, CCL 36, 244 

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