domingo, 4 de mayo de 2014

A nuestras Madres..

ESTABILIDAD EN EL HOGAR

Hoy no sólo deben cuidar a los hijos pequeños, sino a veces también, más adelante, a los hijos creciditos que siguen en casa.

 Fiesta simpática esta, la del Día de la Madre. Son infinitas las representaciones artísticas, en todas las culturas, en las que figura la madre con el hijo. En nuestra cultura cristiana esa tradición llega a la excelsitud de la Pietà y de todas las versiones de la Virgen María con el Niño Jesús. No hay más que darse una vuelta por el Museo del Prado para gozar de todas esas representaciones pictóricas. La imagen del padre con el hijo es rara en nuestra tradición artística.

En los albores de nuestra civilización el “matrimonio” se instituyó como “obligaciones de la madre”, que eso es lo que significa la palabra en latín. La primera obligación era procurar sacar adelante a los hijos. Es sabido que los niños nacen antes de tiempo por un sabio acuerdo de la evolución, de tal manera que su crianza debe continuar en los primeros años de vida.

En los tiempos prehistóricos la madre representó la tendencia a la estabilidad de un hogar (que significa “fuego”). Eso significa el paso del nomadismo a la agricultura, la conservación de los alimentos, la alfarería, el telar, la escritura, el dinero. La rueda tardó en ser aplicada al transporte; su primera función fue la de servir al torno de las alfareras, pues mujeres eran. (Todavía en mi pueblo de nación, famoso por sus cacharros de barro, la tradición señala que se trata de un oficio femenino). Frente al carácter de estabilidad que daba la madre, el padre se dedicaba a la caza, una ocupación nómada. En inglés se ha conservado la palabra ‘husband’ para el marido, que significa “cazador”.

El pueblo sabio reconoce que en el proceso de la generación humana la intervención de la madre es infinitamente mayor que la del padre. La azarosa visita de un espermatozoide al óvulo femenino resulta poca cosa al lado de los nueve meses de gestación. Al menos en nuestra cultura sin ser matriarcal la identificación psicológica de las personas con la madre es mucho mayor que con el padre. Eso es así para varones y mujeres. En las biografías de los premios Nobel destaca el carácter de las madres como determinante de la curiosidad científica y de la ética del esfuerzo de sus vástagos. Esa influencia se podría extrapolar a otros campos.

Uno de los sucesos verdaderamente decisivos en la biografía de una persona es el momento en que rompe a hablar y luego a leer. Es evidente que en ese aprendizaje influye decisivamente la madre o la persona que haga sus veces. Por eso nos referimos a la “lengua materna” como la primera que se aprende, además, de modo natural y con independencia de la escuela. Sigue siendo un misterio cómo es que ese aprendizaje se realiza de modo tan natural y sin un esfuerzo excesivo.

En los españoles de mi generación la madre ha representado un papel extraordinario al asumir las duras tareas domésticas en los momentos de penuria económica de la posguerra. En la generación siguiente muchas madres han salido del hogar para dedicarse a diversas ocupaciones, pero han seguido dirigiendo las obligaciones domésticas. Hoy las madres no solo deben cuidar a los hijos pequeños sino a veces también, más adelante, a los hijos creciditos que siguen en casa.

Un elemento imprescindible de la vida social es el de la emancipación. Al llegar la mayoría de edad, los individuos dejan el hogar materno y se disponen a fundar una familia o a vivir por su cuenta. (Bueno, ahora la emancipación se ha hecho muy tardía en España, pero esa es otra historia). Ahí es donde adquiere una gran significación las relaciones de los adultos con sus respectivas madres, a veces distantes en el espacio. En algunas encuestas hemos preguntado a los españoles adultos por las veces que hablan con su madre, aunque solo sea por teléfono. La frecuencia es muy alta, aunque todavía más lo es en Italia. En los países centroeuropeos y en los Estados Unidos esa relación es mucho más esporádica. Por eso se comenta un poco en broma que los norteamericanos inventaron el Día de la Madre para tener la ocasión de hablar con la madre al menos una vez al año.

La tradición es bastante antigua

La tradición del Día de la Madre es bastante antigua. En Irlanda los ritos célticos conmemoraban la llegada del mes de mayo como una fiesta anual para celebrar con flores el fin del invierno. Era la ocasión para homenajear a las madres, como símbolo de la fecundidad. En la Inglaterra del siglo XVI se impuso la costumbre de dedicar el tercer domingo de Cuaresma para hacer regalos a las madres y sustituirlas por un día en las tareas domésticas. Esa tradición, como tantas otras, pasó a los Estados Unidos. En 1913 el Congreso norteamericano declaró que el segundo domingo de mayo fuera fiesta nacional como reconocimiento de la labor de las madres. El Día de la Madre se ha seguido celebrando desde entonces como una ocasión para hacer regalos y reunirse a comer en familia.

Se dice que Pepín Fernández (el patrón de Galerías Preciados) importó esa celebración del Día de la Madre de los americanos junto a otros ritos, como el Día de los Enamorados. Será verdad por lo que se refiere a los regalos, pero debo advertir que en mi infancia del Frente de Juventudes se observaba ya esa tradición del Día de la Madre. Sólo que la fiesta se hacía coincidir con la de la Inmaculada (8 de diciembre). La Inmaculada siempre fue una fiesta particularmente española. Los catedráticos de las universidades españolas juraban ese misterio de la Virgen María siglos antes de que lo aceptara oficialmente la Iglesia.
Alfonso X el Sabio escribe alguna de su famosas cántigas (en gallego) como homenaje a la Virgen María, identificándola con la naturaleza y las flores. Era una forma de “cristianar” lo que seguramente era una tradición pagana. Esa tradición la recoge San Felipe Neri en la Italia del siglo XVI al establecer la asociación del mes de mayo con las flores y con María. Esa fiesta llega pronto a España de mano de los jesuitas, que la esparcen por los virreinatos españoles en América. De nuevo debo recordar mi infancia y adolescencia con la celebración del “mes de las flores” (mayo) dedicado a la Virgen María. La capilla del colegio era un prodigio de aromas y colores con todos los ramos de flores que llevábamos los colegiales. Decididamente, la madre es el recuerdo. 

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