miércoles, 24 de abril de 2013

Florecillas de San Francisco.- Capítulo 52




CAPÍTULO 52

La visión del hermano Juan de Alverna, en que él conoció todo el orden de la santa Trinidad

Como el hermano Juan de Alverna había hecho perfecta renuncia de todo deleite y consuelo mundano y temporal y había puesto en Dios todo su deleite y toda su esperanza, la divina bondad le favorecía con admirables consolaciones y revelaciones, especialmente en las solemnidades de Cristo. Una vez, al aproximarse la solemnidad del nacimiento del Señor, con ocasión de la cual él esperaba con certeza consolaciones de Dios por medio de la dulce humanidad de Cristo, le comunicó el Espíritu Santo en el alma un ardor tan grande y extremo de la caridad de Cristo, que le llevó a humillarse hasta tomar nuestra humanidad, que le parecía verdaderamente que le hubieran arrancado el alma del cuerpo y que la tenía encendida como un horno.

Y, no pudiendo soportar aquel ardor, se angustiaba y se deshacía todo, y gritaba en alta voz, sin poder contenerse a causa del ímpetu del Espíritu Santo y del excesivo fervor del amor. Cuando le sobrevenía aquel desmedido ardor, le venía, juntamente, una esperanza tan fuerte y cierta de su salvación, que no creía tener que pasar por el purgatorio si entonces muriese. Este amor le duró fácilmente medio año, si bien aquel extremo fervor no era continuo, sino limitado a ciertas horas cada día.

En ese tiempo y después recibió numerosas visitas y consolaciones de Dios; y con frecuencia era arrebatado en éxtasis, como le vio el hermano que primero escribió estas cosas. Entre otras, una noche fue elevado y arrebatado en Dios hasta el punto de ver en el mismo Creador todas las cosas creadas, las del cielo y las de la tierra, con todas sus perfecciones, grados y órdenes distintos.

Entonces conoció claramente cómo cada cosa creada representa a su Creador y cómo está Dios encima, dentro, fuera y al lado de todas las cosas creadas. Además, conoció cómo es un solo Dios en tres personas, y tres personas en un solo Dios, y la infinita caridad que llevó al Hijo de Dios a tomar nuestra carne para obedecer al Padre. Finalmente, conoció en aquella visión cómo no hay otro camino por el que se pueda ir a Dios y conseguir la vida eterna sino Cristo bendito, que es camino, verdad y vida del alma. En alabanza de Cristo. Amén.

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