miércoles, 24 de abril de 2013

Florecillas de San Francisco.- Capítulo 43


CAPÍTULO 43

Cómo el hermano Conrado amonestó a un hermano joven que servía de escándalo a sus hermanos y le hizo cambiar de conducta

Este mismo hermano Conrado de Offida, admirable celador de la pobreza evangélica y de la Regla de San Francisco, fue de vida tan religiosa y tan llena de méritos ante Dios, que Cristo bendito le honró con muchos milagros en vida y en muerte. Entre ellos, uno fue éste: habiendo llegado una vez, de paso, al convento de Offida, los hermanos le rogaron, por amor de Dios y de la caridad, que amonestara a un hermano joven que había en aquel convento, y que perturbaba a toda la comunidad, tanto a viejos como a jóvenes, por su manera de portarse pueril, indisciplinada y libre; descuidaba habitualmente el oficio divino y las demás observancias regulares.

El hermano Conrado, por compasión para con aquel joven y accediendo a los ruegos de los hermanos, le llamó aparte y con fervor de caridad le dirigió palabras de amonestación tan eficaces y llenas de unción, que, bajo la acción de la gracia divina, de niño que era, se volvió súbitamente maduro por su manera de comportarse; y tan obediente, bueno, diligente, piadoso y pacífico, tan servicial, tan aplicado a toda obra de virtud, que así como antes toda la casa andaba perturbada por causa de él, después todos estaban contentos y consolados y lo amaban profundamente.

Y plugo a Dios que poco después de su conversión muriera dicho hermano joven, con gran sentimiento de los hermanos. Pocos días después de su muerte se apareció su alma al hermano Conrado, que estaba en piadosa oración ante el altar de aquel convento, y le saludó devotamente como a padre suyo. El hermano Conrado le preguntó: ¿Quién eres? Yo soy el alma de aquel hermano joven que murió hace unos días -respondió. Y ¿qué es ahora de ti, hijo carísimo? -volvió a preguntarle el hermano Conrado.

Padre amadísimo -respondió-, por la gracia de Dios y por vuestra enseñanza, me ha ido bien, porque no estoy condenado; pero, debido a algunos pecados que cometí y que no tuve tiempo para expiar suficientemente, estoy padeciendo penas muy grandes en el purgatorio. Te ruego, padre, que de la misma manera que me has ayudado cuando estaba vivo, así ahora tengas a bien socorrerme en mis penas rezando por mí algún padrenuestro, ya que tu oración es tan poderosa ante Dios.

Entonces, el hermano Conrado, accediendo de buen grado a su ruego, dijo por él una sola vez el padrenuestro con el Requiem eternam, y aquella alma dijo: ¡Oh padre carísimo, cuánto bien y cuánto refrigerio siento ahora! Por favor, dilo otra vez. Así lo hizo el hermano Conrado. Cuando lo hubo rezado, dijo aquella alma: Padre santo, cuando tú oras por mí, me siento totalmente aliviado. Te pido, pues, que no dejes de rogar por mí a Dios.

Entonces el hermano Conrado, viendo que aquella alma era ayudada tan eficazmente por sus oraciones, rezó por ella cien padrenuestros; y, en cuanto los hubo terminado, dijo el alma: Te doy gracias, padre mío, de parte de Dios, por la caridad que has tenido para conmigo, porque por tu oración estoy ya libre de todas las penas, y así me voy al reino celestial. Dicho esto, desapareció. Y el hermano Conrado, para dar a los hermanos alegría y consuelo, les refirió punto por punto toda esta visión. En alabanza de Cristo. Amén.

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